El fin del cristianismo en Irak

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Una cristiana iraquí refugiada en una iglesia. Según la organización americana Open Doors, los cristianos serían el grupo religioso más perseguido del mundo. Dicha organización, cuyo objetivo es erradicar toda forma de persecución contra el cristianismo, cifra en 180 las muertes de personas de religión cristiana al mes, la mayoría producidas en Corea del Norte, Somalia, Siria o Irak.

La situación de Irak, un país con cerca de cuarenta millones de habitantes, de los cuales 330.000 sería cristianos, se ha visto fuertemente influenciada por el conflicto sirio y la inestabilidad en el país vecino. Según la organización previamente mencionada, cada dos o tres días un cristiano iraquí es asesinado, secuestrado o violado por el grupo yihadista de ideología suní Estado Islámico de Irak (IS en sus siglas en inglés). Aunque IS comenzó a actuar en 2003 para hacer frente a la invasión estadounidense en Irak, se ha dado a conocer mundialmente en una Siria sumida en el caos de la guerra ofreciendo apoyo al Frente al-Nusra (sucursal del Al Qaeda en Siria).

El objetivo de este nuevo terrorismo islámico es crear un Califato en la Gran Siria (que comprende el actual territorio de Irak, Siria, Jordania, Israel y Kuwait) regido por la ley islámica. Para ello no duda en utilizar la violencia extrema con toda aquella persona contraria a este planteamiento, incluidos los propios musulmanes. En relación con la comunidad cristiana de Irak, ésta tiene que ser erradicada. En palabras del IS: «Les ofrecemos tres posibilidades: el Islam (es decir, la conversión), el contrato dhimmi (que incluye el pago de una tasa especial conocida como yizi) y, si se niegan hacerlo, no les queda nada más que la espada» o, dicho de otra forma, la decapitación. Esa especie de contrato les permite reunirse únicamente en las iglesias, ya que toda manifestación pública de la religión cristiana (bodas, funerales, cruces o repique de campanas) está prohibida y, por tanto, perseguida.

El rápido y demoledor avance de IS hacia el norte Irak desde el pasado mes de junio no puede sorprendernos si tenemos en cuenta la inoperancia del gobierno local. “Vivimos aquí desde hace 2.000 años. Cuando llegó el IS, tanto los peshmerga (kurdos) como el ejército central, que llevan años disputándose la zona, se fueron. Por primera vez en la historia, en la llanura de Nínive ya no hay cristianos”, declara la joven cristiana iraquí Savina Dawood en una entrevista para La Vanguardia. Las dramáticas imágenes de decapitaciones y ejecuciones han hecho reaccionar a países como Estados Unidos o Francia. Sin embargo, la ayuda ha llegado demasiado tarde. La mayoría (por no decir la totalidad) de los cristianos de la ciudad de Mosul han sido forzados a abandonar sus hogares (de por sí marcados con una N de “nazareno”) al recibir la orden de convertirse al islam bajo la pena de muerte. Lo mismo ocurre con las poblaciones de Qarakosh o Bartella.

La población cristiana de Irak se ha convertido en refugiada de su propio país tras huir, prácticamente con lo puesto, hacia la región kurda. «Tuvimos que pasar por una zona en la que el IS había establecido un puesto de control. Nos pidieron que saliéramos del coche. Cogieron nuestras bolsas, el dinero y todo lo que llevábamos», relató el joven iraquí Zaid Qreqosh Ishaq al National Post. Según Karin María Fenbert, de la asociación católica Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), en la capital del Kurdistán se encontrarían más de 100.000 personas procedentes de la región de Nínive. Allí ocupan casas y edificios abandonados carentes de toda ayuda alimentaria o sanitaria y sin posibilidad de acceder a servicios públicos tales como hospitales o colegios. Una situación que se verá agravada, más si cabe, con la llegada del invierno, al no tener el acondicionamiento mínimo y necesario para afrontarlo.

La dramática y silenciosa situación que se vive en Irak fue motivo suficiente para que el pasado mes de agosto el papa Francisco enviase una carta al Secretario General de la ONU. En ella, Francisco presentó ante Ban Ki-Moon «las lágrimas y los gritos tristes de desesperación de los cristianos y de las demás minorías religiosas de Irak», que se ven obligados a huir de sus casas sin poder llevarse nada. Al mismo tiempo, hacía un firme y urgente llamamiento «a la comunidad internacional para que intervenga poniendo fin a la tragedia humanitaria en curso». Por último, llamaba a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a realizar «acciones concretas de solidaridad, para proteger a quienes son golpeados por la violencia y para asegurar la asistencia necesaria y urgente a las numerosas personas desplazadas, así como su regreso seguro a sus ciudades y a sus casas».

Llama la atención la postura del Vaticano, una implicación no solo religiosa (a la hora de insistir a todos los creyentes alrededor del mundo que recen por sus hermanos y hermanas iraquíes), sino también política, al pedir encarecidamente a Occidente que pare las atrocidades de Irak. Pero todavía hay más. Monseñor Silvano María reconocía en una entrevista concedida a Radio Vaticano que «una acción militar en este momento quizá sea necesaria». Las declaraciones no dejan de ser sorprendentes si tenemos en cuenta las veces que la Iglesia ha estado (y está) callada ante otros conflictos. El papa Francisco, sin embargo, ha querido alejarse de dichas declaraciones reconociendo que en los casos de agresión injusta, como el que está sufriendo Irak, sería lícito detener al agresor. «No estoy diciendo bombardear o hacer la guerra, sino detenerla», concretó Francisco.

Aun así, debemos tener en cuenta que el propio Catecismo de la Iglesia Católica acepta una acción militar siempre y cuando se enmarque en lo que considera guerra justa y según lo dictado en el artículo 2.308 del mismo: «Mientras falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa». El artículo 2.309 matiza las condiciones para aceptar dicha acción: “Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto; que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces; que se reúnan las condiciones serias de éxito y que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar”.

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