El verano siempre parece un tiempo para el descanso y la inactividad. Julio y agosto, dos meses en los que las grandes ciudades mueren, quedan desiertas. Cierran las tiendas y los teatros, los colegios y los mercados… Nadie está. Todos nos imaginamos a la gente tumbada en la playa o perdida en el monte, sin hacer nada más que leer, pasear o descansar. Sin embargo, para miles de jóvenes en toda España, el verano es un tiempo privilegiado para vivir la fe en todas sus manifestaciones.
Por este motivo hemos querido dedicar el tema de portada de este número de alandar a distintas experiencias veraniegas –en clave de fe y de compromiso–, a través del testimonio de varios jóvenes que han participado o van a participar en ellas. Vivencias muy diversas que muestran cómo el verano se puede aprovechar para mucho más que estar en una tumbona o comer helados.
Nos vamos de campamento
Prácticamente todas las parroquias y congregaciones religiosas organizan, en los meses estivales, campamentos, rutas y encuentros en los que, desde los más pequeños hasta los monitores y animadores, hacen mucho más que disfrutar. El juego, las actividades en la naturaleza y la convivencia con otros niños, niñas y adolescentes, hacen que sea posible aprender muchas cosas, a veces incluso más de lo que se aprende durante el curso en las aulas.
La educación en el tiempo libre se convierte en una herramienta idónea para adquirir valores, para crear fuertes lazos de amistad, para crecer en autoestima y autoconocimiento… En suma: para madurar. Porque para los y las jóvenes que participan en este tipo de actividades, casi siempre, los años vividos se cuentan en veranos disfrutados.
Junto con el ocio y la educación en el ámbito no formal, el verano también se convierte para muchos en un momento idóneo para la espiritualidad. Las vacaciones aportan la tranquilidad que, muy a menudo, no tenemos en nuestra vorágine del día a día. Por ese motivo, julio y agosto son también los meses elegidos por gran número de jóvenes –y no tan jóvenes– para participar en peregrinaciones o retiros y encontrar momentos para profundizar en su fe y su persona.
Dos lugares clásicos para hacerlo son el Camino de Santiago y el monasterio ecuménico de Taizé, en Francia. Ambos citan, cada año, a miles y miles de jóvenes que se adentran en la oración y en el espíritu de superación y austeridad que caracterizan a este tipo de experiencias. Este año, en concreto, con motivo del Xacobeo 2010, el gobierno gallego espera que unas 250.000 personas realicen la peregrinación a Santiago de Compostela, la mayor parte de ellos jóvenes –de edad o de espíritu–. Por su parte, el monasterio francés fundado por el Hermano Roger de Taizé acogerá, cada semana de julio y agosto, a una media de cuatro mil personas de una enorme diversidad de nacionalidades. La vivencia de la espiritualidad se convierte así en una de las claves del verano para muchos chicos y chicas.
Voluntariado internacional
En el mismo sentido, las vacaciones traen también una buena oportunidad para realizar tareas de voluntariado en los países empobrecidos del Sur –aunque también existen campos de trabajo en nuestro país u otros lugares de Europa. Especialmente para los estudiantes, tener dos o tres meses de vacaciones permite desplazarse a otros continentes e integrarse en proyectos de desarrollo que distintas ONG o congregaciones religiosas desarrollan allí. Dedicar su tiempo de descanso al compromiso con los más necesitados y excluidos, así como a la transformación de las situaciones de injusticia en el mundo, es la opción que toman un número cada vez mayor número de jóvenes.
Son cientos los voluntarios y voluntarias que participan anualmente en este tipo de experiencias de la mano de organizaciones como Madreselva, Setem, SED, ProLibertas, InteRed, Entreculturas y Proclade, por citar algunos ejemplos. En la mayor parte de los casos, reciben una formación previa para las tareas que van a realizar, así como para poder profundizar en las realidades de pobreza que van a encontrar en los lugares que les acogen.
Frecuentemente, esta experiencia va unida a la convivencia en las comunidades religiosas o en los propios hogares de las personas beneficiarias de los proyectos. Esta experiencia fomenta el conocimiento de la cultura y la sociedad de América Latina, África o Asia, desde el compartir en el día a día. Una estancia en el otro lado del mundo que transforma a quienes la viven, muchos de los cuales coinciden en afirmar que “han recibido mucho más de lo que ellos han podido dar”.
Campos de trabajo, campamentos, peregrinaciones, encuentros… un sinnúmero de alternativas para vivir el verano de una forma distinta. Porque Dios, en julio y agosto, está abierto por vacaciones.