Un santo anunciado por el pueblo de El Salvador

El reconocimiento del martirio de monseñor Romero es inseparable del martirio de su pueblo.En enero conocimos la decisión por voto unánime del Colegio de los teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos de reconocer el asesinato de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador entre los años 1977 y 1980, como martirio in odium fidei, lo que significa que quienes le mataron (reconociéndose ellos mismos católicos) lo hicieron por odio a la fe de Jesús de Nazaret. Si monseñor Romero comprometió su vida y murió en defensa de las mujeres y los hombres que estaban siendo descartados en la sociedad salvadoreña de aquellos años se reconoce la defensa de las personas pobres como expresión acreditada de esa misma fe. La buena noticia de este reconocimiento reaviva el recuerdo, asimismo, de cuantos lo acompañaron en el compromiso y en el martirio.

Recordar el proceso de fidelidad al evangelio de Óscar Romero nos permite decir que San Romero de América es un santo “posible”, nos permite creer que también nosotros y nosotras podremos aprender a ser fieles, podremos alcanzar la conversión.

A veces, desde la institución se presenta a las santas y santos como ejemplares en el sentido de protagonistas de una vida y experiencias inalcanzables, tocados por la gracia. Y cuanto más inalcanzables aparecen, menos ofrecen al resto de creyentes la posibilidad de seguir sus pasos.

En el caso de Óscar Romero la aproximación se produce cuando se conoce cómo se dejó transformar por su pueblo, personas concretas y sufrientes, por la realidad que le rodeaba, por la circunstancia histórica que le tocó vivir. Leyendo los relatos de quienes le conocieron asistimos a un proceso de conversión que se inició cuando tenía sesenta años, esto es, cuando pareciera que las ideas y los afectos se consolidan y estabilizan… y cuando alcanzó la jerarquía eclesiástica, es decir, cuando tenía más que perder. En ese momento vital él aprendió a abrirse a la realidad de dolor, muerte, heroísmo y resurrección que sus hermanos y hermanas salvadoreños vivían.

Para hacer esto hace falta ser humilde y aceptar el mensaje de Jesús. Ser humilde dejándose transformar por el dolor y el compromiso de los otros seres humanos. También es necesario aceptar el mensaje de Jesús y su parcialidad a favor de las personas pobres siendo jerarquía en una institución que entendía la fidelidad al Evangelio como colaboración estrecha con el poder, los poderosos y el orden.

La experiencia de monseñor Romero nos dice que es posible que nuestros ojos se abran y que nos crezca la misericordia en el corazón. Nos dice, además, que siempre, tengamos la edad que tengamos, vivamos el momento vital que vivamos, estamos a tiempo de entrar en un proceso de conversión en nuestra vida.

Una vez más la institución llega tarde, el pueblo lo aclama santo desde hace 35 años. Sin embargo, recibimos con alegría profunda y con esperanza la noticia de la próxima beatificación de monseñor Romero.

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