Es el más viejo sueño de la humanidad. Y, sin duda, es también el sueño de Dios para sus hijos e hijas: la liberación, la libertad, la vida en fraternidad y en justicia. ¿Qué otra cosa es el Reino del que habló Jesús? El ideal de una vida sencilla, pobre y fraterna recorre la historia cristiana.
Ha tenido expresiones más o menos ortodoxas –siempre nos podríamos cuestionar quién define lo que es ortodoxo y lo que no lo es. Ahí están aquellas primeras comunidades cristianas que expresaron en los Hechos de los Apóstoles su ideal-deseo de compartirlo todo (Hch 2,44). Cátaros, Valdenses, Franciscanos, todos son movimientos que, enraizados en el Evangelio, pretenden favorecer una vida sencilla, fraterna, basada en la justicia e igualdad. Las personas pobres, las oprimidas, las que sufren han estado siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque a algunos –del lado de la jerarquía– no les haya gustado.
La teología de la liberación, capitaneada por Gustavo Gutiérrez en su momento, añadió un punto básico: hay que analizar las causas concretas, sociales, de la marginación, de la pobreza, de la opresión, si queremos que el mensaje evangélico sea eficaz, transformador, generador de una nueva sociedad. No hacerlo lleva a caer en un buenismo que no solo no transforma sino que contribuye a mantener las condiciones sociales que dan lugar a esas situaciones de opresión. No significa que no haya que dar de comer a quien tienes hambre. Pero, además, la persona cristiana debe estudiar las causas que llevan a que haya quienes pasan hambre y quienes se han saciado. Y atacarlas.
Desde aquel primer movimiento por la liberación, nacido en América Latina, ha llovido mucho. Hubo un tiempo en que los ataques de las personas biempensantes, tanto de la Iglesia como de la sociedad civil, fueron muy fuertes. ¡Se sentían atacados en sus cómodas posiciones de arriba! Pero el movimiento no ha parado de crecer. Somos muchos y muchas quienes seguimos soñando ese sueño de Dios, recordando las palabras de Pablo: “Para ser libres nos liberó el Señor.” (Gal 5,1). Y releemos los grandes textos de los profetas: “Harto estoy de holocaustos… aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido.” (Is 1,11.17).
El movimiento-teología está ahí. Llena de esperanza a las personas pobres y oprimidas. Resalta la implicación de Dios en nuestra historia y el necesario compromiso con el Reino, con su sueño de justicia y fraternidad para todos los seres humanos. Inciensos y liturgias deben dejar paso al verdadero culto: justicia, igualdad, respeto, misericordia para todos los hijos e hijas de Dios. Es que la teología o es “de liberación” o no es teología.