No corren buenos tiempos para los movimientos sociales, justo cuando son más necesarios que nunca. Y nadie lo entiende. La militancia en colectivos que se plantean el cambio social o la implicación con una causa que se considera justa son hábitos devaluados de un pasado en retirada. Los profesionales de la política, aquellos que se sirven de ella y que no entienden que lo que se les pide es que se pongan al servicio de la colectividad, han terminado por desacreditar a quienes buscan comprometerse con el tiempo que les ha tocado vivir.
Los movimientos sociales vagan sin rumbo en medio de una crisis política, social, económica y ética de dimensiones desconocidas hace décadas. El informe FOESSA, un completo y riguroso estudio sociológico patrocinado por Cáritas, que se presentó a finales de 2008, llama la atención sobre “los procesos de fragmentación social e individualización participativa que se han instalado en nuestro país”.
¿Faltan causas por las que luchar? ¿O lo que escasea es la imaginación, el compromiso, las ganas de soñar? Cualquier diagnóstico, desgraciadamente, desemboca en el pesimismo. Los movimientos sociales han perdido poder de convocatoria y, en consecuencia, capacidad de influencia sobre los poderes públicos y privados para que tengan en cuenta sus reivindicaciones.
Un vistazo a la ‘geografía’ de la sociedad civil española, nos enfrenta con un aumento de la solidaridad ‘prêt a porter’, aquella que genera satisfacción inmediata a quien la ejerce. En cambio, la implicación con causas más abstractas, de carácter estructural, como la erradicación de la pobreza, la defensa de los derechos humanos y sociales de los colectivos excluidos, alcanza a unos pocos.
El espíritu de Porto Alegre, ocho años después de que lanzara al mundo el bello eslogan de ‘Otro mundo es posible’, también pierde fuelle. El advenimiento de Gobiernos de izquierdas, libremente elegidos por la ciudadanía, en la mayoría de los países más influyentes de América Latina, ha vaciado de contenido algunas de las propuestas que sostenían los altermundistas. El Foro Social Mundial, celebrado el pasado mes de enero en Brasil, no habrá generado seguramente las ilusiones que despertaron algunas de las primeras convocatorias.
Sobra la crítica ácida y se echa en falta imaginación entre los portavoces de los nuevos movimientos sociales. Habría que descubrir nuevos códigos con los que combatir un sistema neoliberal que ha demostrado su incapacidad para responder a los retos de este tiempo. El viejo capitalismo nos ha mentido. No lo jubilamos porque faltan alternativas, ideas que permitan a esta nueva humanidad frenar la destrucción del planeta, convencer a millones de hambrientos de que en el Norte no se halla el paraíso, e ilusionar a los estómagos satisfechos que habitan el mundo rico con algo que verdaderamente les haga felices.