Cuando se rompe una pareja, se abre un camino de pérdida de muchas rutinas, costumbres y relaciones que formaban la vida cotidiana hasta ese momento. Sea cual sea la causa de la ruptura, el desconcierto y la incertidumbre encuentran un espacio privilegiado en el que anidar. La separación, el divorcio, no son sólo golpes de la vida, sino también procesos de vulnerabilidad personal extrema. La fe, el acompañamiento espiritual, el apoyo de la comunidad, son imprescindibles para las personas cristianas que los atraviesan.
Y, sin embargo, muchas veces, cuando se deshace un matrimonio, en el entorno eclesial se destapa la caja de los truenos: el encaje de las personas separadas y divorciadas en las parroquias, movimientos o comunidades se pierde. Su participación en los sacramentos se prohíbe o se pone en riesgo. Muchas personas separadas que han sido abandonadas por su pareja cuentan en un primer momento con el apoyo de su comunidad y de sus presbíteros, pero ven con enorme dolor cómo este apoyo se condiciona a la permanencia formal en un estado matrimonial ya inexistente y absurdo. Se cifra su permanencia en la comunidad en su negativa a firmar el divorcio civil o a mantener su soledad de por vida. Pero, ¿qué ocurre ante la posibilidad de iniciar una nueva pareja, un nuevo proyecto de crecimiento y felicidad? ¿Cuántas veces una separación supone una pérdida irreparable para la comunidad y para la persona?
La aplicación rutinaria de la doctrina canónica añade sufrimiento al dolor por la pérdida y el fracaso del proyecto de pareja o de familia. La propuesta institucional de la Iglesia para la disolución del matrimonio, el proceso de nulidad, a veces resulta doblemente dolorosa, incoherente con los propios valores cristianos y económicamente insostenible. Una calle sin salida.
El nuevo lenguaje del papa Francisco sobre este tema abre una esperanza respecto a la posibilidad de repensar estas situaciones desde la realidad encarnada hoy del Evangelio. Pero sus gestos han despertado nuevas reacciones de dogmatismo e intolerancia.
En muchas comunidades se viven ya desde hace muchos años prácticas valiosas de acompañamiento, apoyo mutuo, comunión y aceptación, con las personas que han perdido su referencia de pareja o que se han visto obligadas a renunciar al compromiso asumido. Hemos hablado con ellos y ellas para este número de alandar como buenos ejemplos que pueden ayudar a vivir la separación sin perder la comunidad de referencia ni los valores cristianos ni sentir que nos obligan a renunciar a ella. Buenos ejemplos que nos muestran que, como en toda situación de vulnerabilidad y sufrimiento, la prioridad del Evangelio es apoyar a quien más sufre, a quien más lo necesita.
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