Espiritualidad, ¿algo nuevo está naciendo?

Dos niños tibetanos piden silencio en el lago Namtso. Todas las personas que nos sentimos cristianas estamos convocadas a vivir una experiencia espiritual. La experiencia cristiana es en sí misma una experiencia espiritual. No es el cristianismo un conjunto de dogmas y creencias a las que una persona se adhiere como quien suscribe un manifiesto ideológico; ni un catálogo de normas y orientaciones morales para la vida pública y privada. Tampoco es solo caridad y entrega o lucha por la justicia. Ni pertenencia y amor a la Iglesia. Todo ello solo encuentra sentido si se entiende desde el anclaje de una experiencia personal y profunda de encuentro con el misterio de Dios. Nada hay de nuevo en ello. Lo que puede serlo es una creciente valoración de espacios de silencio y meditación donde ensanchar las fronteras interiores por las que discurre la aventura espiritual de su experiencia religiosa.

Cuando se publique este número de alandar estará a punto de celebrarse el Segundo Foro de Espiritualidad de La Rioja, cuya matrícula hubo que cerrar antes de la fecha límite: 800 personas se habían inscrito ya para participar. “Viviendo lo que somos” se titula este año, porque “… así entendemos nosotros la espiritualidad, como un reencuentro con lo que verdaderamente somos, sin excluir nada”, decía la convocatoria.

La afluencia a un foro como éste, con ponencias, meditación, música, danza y una animación clown, “El alma payasa”, confirma que las expresiones tradicionales religiosas pueden estar en crisis pero hay una sed creciente de espiritualidad. De una espiritualidad que bebe de fuentes diversas y que busca saciar su sed en lo profundo de una experiencia con menos palabras, normas y doctrina y más corazón, sensibilidad y mística.

Silencio, meditación, escucha, contemplación, venir al presente, acallar la mente, no-dualidad, experiencia de integración. Son palabras importantes en las prácticas de meditación que, aunque minoritarias, ganan adeptos y adeptas en ámbitos eclesiales y también civiles. Pero generan suspicacias. Se las acusa de orientalizantes y de olvidarse del compromiso a favor de cierto narcisismo espiritual, sin discernir entre ellas y olvidando que, en el ámbito eclesial, todas beben de los padres del desierto, los primeros monjes cristianos.

La Iglesia tiene que atender a esa nueva sensibilidad. Sin desconfianza. Porque estas formas de oración y meditación no son opuestas, sino complementarias, de otras prácticas espirituales. Los místicos del cristianismo de todos los tiempos han dicho cosas parecidas y han recorrido caminos semejantes. Incorporando estas escuelas espirituales, la Iglesia no hace más sacar agua de su propio pozo para favorecer la profundización de la experiencia cristiana.

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