Esta primavera nos trae aromas de hace 50 años, cuando el Concilio Vaticano II se encontraba en uno de sus periodos entre sesiones. En concreto, había acabado ya la primera reunión convocada por Juan XXIII y los padres conciliares, desde sus lugares de origen, estaban trabajando en los esquemas propuestos en la inauguración, a la espera de la llamada de Roma que, finalmente, trasladaría Pablo VI, para continuar las tareas asumidas.
Alandar ha querido evocar aquellos años prometedores para la historia de la Iglesia y de la humanidad y analizar, primero, el impacto de aquel concilio y, segundo, identificar los grandes retos pendientes en la siempre necesaria reforma del Pueblo de Dios. Para ello, ha convocado dos visiones distintas pero complementarias de aquel pasado todavía presente y del futuro abierto. La de Silvia Martínez Cano, laica comprometida en una fraternidad marista, miembro de la Asociación de Teólogas de España y madre de cuatro hijos a sus 37 años; y la de Rafael Aguirre, catedrático emérito de teología en la Universidad de Deusto, miembro de la Compañía de Jesús y ex director de la Asociación Bíblica Española, además de testigo directo como seminarista de las deliberaciones en la ciudad eterna.
Ambos respondieron amablemente a la convocatoria de este revista y el encuentro finalmente acabó desarrollándose al amparo de unas jornadas, en las que nuestro entrevistado y nuestra entrevistada tenían una participación destacada: las organizadas por la Asociación de Teólogas de España en el Colegio Mayo Chaminade, con el titulo Mujeres: desde el Vaticano II, Memoria y Esperanza. Por si faltaban alicientes al encuentro, la elección del cardenal Bergoglio como papa Francisco aún resonaba en el ambiente.
¿Qué vigencia tiene hoy en día el Vaticano II? ¿Cuáles han sido sus principales consecuencias?
Silvia Martínez Cano: No habría podido estudiar teología, no sería laica comprometida, ni nada por el estilo. El Concilio marcó un antes y un después y no hay retorno. Otra cosa es cómo lo hemos interpretado, pero en determinadas materias no hay vuelta atrás y se mantienen. Quedan personas que han entrado en una dinámica y una vivencia cristiana distintas que están ahí. De alguna manera, se mantiene no solo en los papeles, en las formas, en los cambios litúrgicos, en la transformación de congregaciones y de parroquias que han desarrollado toda la potencia del concilio, sino que hay muchas personas que han entendido su vivencia cristiana de otra manera. Evidentemente, hay una gran profundidad en las mismas experiencias de Dios que han podido descubrir gracias a Concilio Vaticano II (CVII). Eso cambia el todo. Esa huella está ahí y habrá que ver ahora como lo gestionamos, con la crisis que tenemos, que es mayor de lo que pensamos. Cuando hay un cambio de este tipo es normal que surjan los miedos y que se presenten, no al principio, sino décadas después de haber iniciado el camino. Existen mecanismos humanos de desconfianza hacia los cambios. Estamos hablando de una institución de 1.200 millones de personas y no es fácil.
Rafael Aguirre Monasterio: Supuso un paso importantísimo en la vida de la Iglesia. Rahner decía que fue un gran don de Dios para la Iglesia pero que pasarían generaciones hasta que la Iglesia fuera la del Concilio Vaticano II. Su recepción supone un proceso complejo que tiene que vencer muchas resistencias y a veces superar algunas equivocaciones. Por ejemplo, el CVII nos enseñó a escuchar lo que Dios nos dice a través de la historia, a descubrir en los cambios históricos la voz de Dios y del Espíritu. En ese sentido, supone una metodología teológica abierta. El CVII nos enseño también a ir más allá de su letra a medida que los cambios históricos iban evolucionando. Las grandes opciones, como la vivencia bajo la palabra de Dios y su fidelidad a ella, el ecumenismo y la relación con las otras confesiones cristianas, la liturgia participativa, el gran tema de la colegialidad episcopal y la comunión a todos los niveles en la vida de la Iglesia, ya están marcadas. Son temas pendientes que tienen que ir calando en la vida de la Iglesia e ir encontrando sus formas. Es una gran tarea que debe concitar fuerzas e ilusiones y, quizá, estamos en un momento favorable para todo ello.
Echando la vista atrás, sabiendo el final de muchos fenómenos que entonces parecían inamovibles y otros que ni se imaginaban que podían ocurrir, ¿se atreven a señalar algunos equívocos o insuficiencias del CVII?
RAM: A diferencia de concilios anteriores, el CVII no se expresó en forma de decretos jurídicos precisos, sino que, a propósito, eligió expresarse de una forma más abierta y menos dogmática. Aquellas declaraciones e intuiciones impulsadas por una mayoría conciliar muchas veces, en aras de la integración, se plasmaron en documentos de síntesis susceptibles de interpretaciones dispares. El gran problema que ha habido en lo que ahora deberíamos llamar primer posconcilio fue que su interpretación quedó en manos de la minoría conciliar y de la curia vaticana que había estado siempre en su contra. Ahí se tergiversó en gran medida el espíritu conciliar. La interpretación fue restrictiva y en contra de aquella dinámica.
SMC: Hay una ambigüedad en los textos propia de la negociación y la búsqueda del consenso. El mismo texto se puede interpretar de muchas maneras. Ahí se junta también que, a partir de los años 60, nos encontramos una aceleración de los cambios sociales debido a la irrupción de la pluralidad y la globalidad. Esto dificulta también la comprensión de los textos. Dos décadas después, el lenguaje y el contexto son muy distintos. Hay otro gran conflicto, por lo menos en España, que estaba haciendo a la vez el cambio democrático y que produjo un salto generacional enorme, que en el resto del continente no se dio. Por eso creo que otro de los retos actuales que tenemos es el encontrar el punto de diálogo en la pluraridad; podemos ser diferentes en la Iglesia, tener otros estilos y hacer otros subrayados, pero podemos dialogar. Pasamos de ser homogéneos a descubrir que somos plurales y debemos encontrar el modo de entrar en diálogo.
RAM: Los textos son susceptibles de diversas interpretaciones, eso pasa con la Biblia. Pero, en primer lugar, hay interpretaciones que no son legítimas. La “Dei Verbum” dice que debemos interpretar los textos con el espíritu con que fueron escritos. Si no, los desvirtúas y eso es lo que ha sucedido. Por ejemplo, sobre el tema de la colegialidad, tenemos un motu proprio, “Apostolos Suos”, que desvirtúa la colegialidad, que agúa los sínodos, las Conferencias Episcopales… En segundo lugar, ha habido contenidos históricos muy acelerados que no se podían prever, como fue la caída del Muro Berlín, el mismo movimiento de las mujeres y su carácter reivindicativo. Pero el CVII proporciona una metodología teológica capaz de afrontar esos fenómenos de forma positiva y abierta. En el fondo nos recuerda las palabras del Apocalipsis, escuchar lo que el Espíritu está diciendo. Durante mucho tiempo la Iglesia no ha estado abierta a la voz del Espíritu que hablaba en los acontecimientos, porque se ha impuesto un espíritu “juridicista” y a la defensiva y, en vez de dejar las ventanas abiertas como pedía Juan XXIII, la curia cerró todas las rendijas. Han sido unos años de bloqueo. Naturalmente a un concilio no se le puede desconocer; al final, por un lado o por otro, el Espíritu aparece, irrumpe y se abre paso. Quiero pensar que con la renuncia de Benedicto XVI y el nuevo papa, el espíritu conciliar aparece con una nueva alma, que vuelve a irrumpir con fuerza y, a mis 70 años, creo que estamos empalmando con aquel espíritu, después de una larga noche.
SMC: Coincidimos en que ha habido unos años muy complejos de postconcilio que han desembocado en una situación en la que se potencia la identidad endogámica en la curia y en los altos estamentos y no tanto en las bases que, en ciertos sectores y experiencias, sí han incorporado todos esos cambios.
RAM: Ha habido años que en la curia se decía que se interpretaba mal el concilio y que había que reconducir las cosas. Hasta que llegó un momento en que, envalentonados, llegaron a meterse con el mismo CVII y hablaban de revisarlo. Hemos visto que la curia ha sido una gran obstáculo y ya sabemos lo que ha dado de sí. El gran nudo que hay que deshacer es la limpieza de todo esto, transformarlo, que ya fue una reclamación del CVII. No voy a decir que sea lo más importante en estos momentos para la Iglesia pero sí un presupuesto ineludible para que se pueda dar todo lo demás.
¿Veis asuntos que hoy en día en la Iglesia ya no se pueden aplazar por más tiempo y que entonces el concilio no pudo o no supo abordar?
SMC: O no quiso abordar. Pablo VI no quiso hablar de los temas que tenían que ver con la reproducción, la sexualidad, el cuerpo… Son temas absolutamente necesarios de recuperar.
RAM: Pablo VI sustrajo esos asuntos al propio concilio, se los reservó para él. Nombró una comisión y luego escribió Humanae Vitae, donde no atendió los consejos de esa comisión. Eso ha sido muy grave, porque “HV” ha encontrado automáticamente un vacío en la Iglesia, apenas nadie cumple lo que allí se dice y ha desprestigiado profundamente el magisterio de la Iglesia. La gente no le hace caso en esta materia y de ahí pasa a desatender el resto del magisterio. Fue un gran error…
SMC: Fue una puerta que se cerró y que le hubiera permitido a la Iglesia continuar en la reforma y continuar con una visión distinta que le hubiera ayudado a mantener un diálogo abierto con la sociedad. La “HV” está ahí, desde luego, pero hay cristianos que a conciencia tienen una moral muy diferente desde una perspectiva cristiana. No poder hablar de algunos temas ha alejado a mucha gente y ha dificultado un poco esa vida de Iglesia.
RAM: Son esos temas que tienen que ver con la mujer, la reproducción, las relaciones sexuales y afectivas, los divorcios…
SM: …o el diaconado, la situación de las mujeres, los curas casados… Son cuestiones que no son tanto dogmáticas, pero que afectan a la pastoral y la vida de la Iglesia y que habría que abordar.
Hasta la tercera sesión del CVII no se incorporaron mujeres al Concilio y no precisamente con un papel protagonista en los debates…
SMC: No hubo opción. No participaron mujeres en igualdad de condiciones, por mucho que hubo algunas que asistieron allí como “observadoras”, sin palabra, es decir, sin participar. En una Iglesia donde la gran participación femenina en la vida cotidiana es mayoritaria se tiene que tener en cuenta su voz. De alguna manera u otra, en la sociedad, con sus limitaciones, hay posibilidad de participar y tomar decisiones. Y lo que queremos es eso en la Iglesia, participar de un modo u otro, en los lugares de decisión, como militantes, como sea, según la vocación de cada una. Lo que hemos descubierto en todos estos años es que nuestras perspectivas de ser cristianos son diferentes y tenemos mucho que aportar y con lo que enriquecer la Iglesia. Es algo pendiente. ¿Cómo lo hacemos?, ¿con el sacerdocio femenino? Pues no es lo más importante, es una reivindicación, pero antes habría que hacer una misma reforma del ministerio presbiterial. Las que sí tienen vocación dicen que el sacerdocio actual tampoco es la solución. Pensemos en cuál debe ser el servicio, competencias, relaciones con el resto de la comunidad, su puesto dentro de ella… No nos pueden decir, como afirmaba Juan Pablo II en Ordenatio Sacerdotalis que la cuestión está zanjada por que nosotras no representamos a Cristo. Somos seres humanos, si salimos de la Costilla de Adam, con “m”, el primer ser humano y no el primer hombre, quiere decir que somos de la misma carne y que somos iguales y, por lo tanto, poseemos de igual manera el aliento de Dios… Pedimos lo lógico, participar por igual en las reformas de las que habla Rafael y que se entre en estos asuntos… El papa Francisco no sólo debe escribir al Rabino de Roma, sino también podría haberse dirigido, por ejemplo, a las teólogas italianas. No tengo muy claro si nos hace falta un Concilio Vaticano III. No sé si es la solución, porque los textos del CVII todavía nos sirven, pueden estar incompletos, ser ambiguos… pero todavía nos sirven.
RAM: Ha habido 21 concilios en 21 siglos…
SMC: Sí es necesario que desde Roma, donde ahora mismo está centralizado el poder, haya cambios en la curia, en las estructuras, una descentralización -la figura del papa no se ha tratado siempre así, este protagonismo del papa proviene del Concilio Vaticano I, hace menos de un siglo. Las comunidades locales y diocesanas deben poder gestionar su propia forma de ser cristiano, sin olvidar la capacidad de universalidad, desde luego.
Pero no solo han de cambiar las estructuras de poder o la organización administrativa, también habrá que contemplar nuevas sensibilidades…
RAM: Martini decía que la Iglesia lleva 200 años de retraso con respecto a la sociedad. En ningún otro punto ese retraso es tan sensible y aparente como en el tema de la mujer. En efecto, que el CVII no abordara este tema, porque, sencillamente, el papa lo evitó, supone que ahora es más sangrante y apremiante. En estos 50 años que han transcurrido ese asunto en la sociedad se ha hecho más vivo, ha tomado más protagonismo y también dentro de la Iglesia se ha convertido en algo imparable. Nos encontramos en un dilema porque la Iglesia ha adoptado unas posturas muy cerradas que quiere considerar como inamovibles, cuando en su seno hay unas corrientes muy fuertes que piden considerar el protagonismo y los derechos de la mujer. Me parece que esto va a provocar conflictos y sufrimientos muy graves. Es que se ha convertido en el punto clave de la ortodoxia católica en este momento, un disparate. Se puede estar en contra o a favor, pero no pertenece al dogma. Ante la cerrazón, habrá conflictos serios.
SMC: El sacerdocio femenino es el problema visible, pero hay otros asuntos que están por debajo, que ya hemos mencionado, entre ellos el tema mismo de la familia. Desde hace años, con la defensa de la familia tradicional se está acusando a la mujer de haber provocado la crisis familiar por haber salido del ámbito doméstico. Se ha cerrado la discusión a temas que tienen que ver con las estructuras familiares, con el papel de la mujer en el matrimonio, la maternidad y paternidad responsable, con el cuidado de los hijos, se han hecho afirmaciones que pretender encadenar a las mujeres a sus papeles tradicionales de cuidadoras y eso presiona mucho más a las mujeres cristianas porque, desde muchos púlpitos, se nos está identificando a la familia tradicional -la familia patriarcal entendida como el padre que manda, una madre que cuida y unos hijos que obedecen- con la familia cristiana, cuando lo que vemos en el Evangelio es que Jesús se encuentra con mujeres a las que libera de las cargas que les imponía la sociedad judía. El sacerdocio femenino es importante y se usa como ariete pero la presión que hay de control de las mujeres, en este ámbito de la familia y los cuidados, es muy compleja.
RAM: Los cambios que se están verificando en el seno de la familia tienen una trascendencia enorme, son muy profundos y muy rápidos. Hay que afrontarlo con serenidad y siendo muy sensibles. Comprendo la preocupación de la Iglesia, porque la familia ha sido el lugar clave para la transmisión de la fe…
SMC: Pero ya no lo es. En esta transformación social, ya no. Encontramos muchos niños hoy en día que no han oído hablar de Dios en las casas. Muchas personas no han hablado de ello en sus familias. Se habla de Dios en las familias cristianas comprometidas. Pero no en muchas otras. Los modelos de transmisión de la fe se han ampliado y el único cauce ya no es la familia, sino que en este sistema de redes de relaciones en el que se ha convertido nuestro mundo, a veces, la transmisión de la fe no viene de la familia biológica, sino por otras personas que actúan en nosotros como modelos de fe.
RAM: Bueno, sí, pero todavía les llevan a las catequesis.
SMC: No tanto la madre, como la abuela…
RAM: En cualquier caso, entiendo la preocupación que siente la Iglesia. Adopta una postura conservadora y a la defensiva por la hondura e importancia que los cambios suponen y porque, hasta ahora, ha sido el lugar principal de la transmisión de la fe. Es un terreno en el que conviene andar con prudencia y sensatez. Ahora, lo que no se puede es cerrarse ante el cambio del papel en la mujer. Ya digo, quizá es el cambio de mayor transcendencia de todos los que se están produciendo.
“El Concilio nos enseñó a descubrir en los cambios históricos la voz de Dios y del Espíritu”
Me parece fenomenal que el Vaticano II se ponga en práctica, para ponernos a la altura del siglo en que vivimos . De tanto cambios extructuraless . La Iglesia guiada por el Espíritu Santo nos empuja a ser más coherentes, pa ser testigos de Jesús.
“El Concilio nos enseñó a descubrir en los cambios históricos la voz de Dios y del Espíritu”
Es enriquecedor encontrar testimonios asi, que hacen posible creer en un reverdecimiento de la Iglesia a pesar de todos los pesares.
Sobre todo darle la importancia que realmente debe tener el papel de la mujer en la actualidad eclesial.
“El Concilio nos enseñó a descubrir en los cambios históricos la voz de Dios y del Espíritu”
Me ha gustado mucho esta entrevista. Considero que el Vaticano II fue un gran paso. De todas maneras teniendo al Evangelio como modelo de vida y el poco tiempo que invirtió Jesús en
ponerlo en práctica..me pregunto , ¿no será que nos falta fuerza y valentía para cambiar las cosas «palpables » que se han de cambiar en la Iglesia? . Vamos a pasarnos otros tantos años
para afrontar la realidad de los signos del tiempo, para poner remedio y solución a las necesidades que tenemos?
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