Teresa, la primera persona contagiada con el ébola en Europa, está mejor y, aunque queda camino por andar hasta su completa rehabilitación, ya respiramos con un poco más de alivio después de unas semanas raras. Quizá no hemos asumido todavía que el ébola –o cualquier otra enfermedad– podría llegar hasta nuestros barrios y poner en riesgo vidas como las nuestras. Hemos vivido semanas de perplejidad, de indignación y preocupación, como quien se encuentra sumido en una paradoja. Cuando algo terrible ocurre lejos, cuesta más identificar la humanidad que nos conecta con la noticia. Pero la realidad no nos deja escapatoria.
Que una enfermedad que lleva desde 1976 causando muerte y dolor a los seres humanos se haya convertido en 2014 en el tema de portada de todos los medios de comunicación, vinculada a la “Marca España”, da mucho que pensar. Hemos tenido el ébola en casa y la enfermedad que hemos despreciado durante años porque no la sentíamos como una amenaza nos obliga a poner en cuestión nuestro sistema de salud, a las instituciones de nuestro país y a nuestros medios de comunicación.
Seguramente, una encuesta realizada antes del verano sobre el ébola habría detectado pocas personas en nuestra sociedad preocupadas por este mal. Ahora el miedo y la preocupación se han disparado. En lugar de sentirnos víctimas, deberíamos ser capaces de aprovechar la sensibilización repentina en nuestro entorno. En Europa tenemos muchas más posibilidades de luchar contra el virus y salvar vidas. Deberíamos convertir este conocimiento social, nacido de emociones y conmociones propias, en un impulso colectivo para reflexionar y pasar a la acción. Deberíamos mirar hacia el origen de la enfermedad y comprometernos de forma sencilla y contundente con su fin. Investigación, cooperación, atención a las víctimas y a las poblaciones de riesgo.
Tenemos muchas referencias impresionantes: las de quienes lucharon contra él desde el inicio, las de quienes han tratado de parar sus devastadoras consecuencias en distintos países africanos, las de quienes se han preocupado por sus víctimas, las de quienes han llegado al punto de contagiarse en el trabajo sanitario para cuidar y proteger a otras personas… Testimonios de nuestros misioneros, misioneras y cooperantes, presentes en los países donde más se sufre el ébola. Estamos con todas estas personas desde las páginas de alandar.
Ojalá, aquí y en todo el mundo, logremos hacer descender la preocupación al mismo tiempo que nos hacemos responsables y nos comprometemos con la enfermedad de forma global. Porque en 2014 tenemos perfecta capacidad para acabar con esta enfermedad. Con nuestro compromiso podemos lograr que se frenen los contagios en todo el mundo, especialmente en África: allí donde una pastilla de jabón, una botella de lejía o unos litros de agua limpia pueden hacer realidad un cambio sorprendente.