En el pasado mes de enero se ha celebrado en Belén do Pará una nueva edición del Foro Social Mundial (FSM) que vuelve a Brasil, país en el que se reunió por primera vez, en 2001, en Porto Alegre. Su lanzamiento tuvo lugar en el período inicial de ascenso y rápido desarrollo del movimiento ‘antiglobalización’, bajo el impacto de las movilizaciones de Seattle en noviembre de 1999. En este contexto surgió la idea del Foro Social Mundial, a modo de contrapunto al Foro Económico de Davos, y conectó con el espíritu del movimiento emergente. Su bandera inicial fue “Otro mundo es posible”, frente al intento del pensamiento único, de promover las soluciones que daba Consenso de Washington, o que se acuñaron al calor del “Fin de la Historia” de Fukuyama. La adhesión de muchas fuerzas políticas, de derecha primero, después de nacionalistas y socialdemócratas al mismo modelo, terminó por confirmar esa vía única.
Para Emir Sader, uno de los más relevantes pensadores latinoamericanos, “una de las cualidades del FSM es que se oponía frontalmente a esta interpretación reduccionista proponiéndose agrupar a todas las fuerzas de oposición al neoliberalismo (cuya amplitud había sido confirmada por las manifestaciones contra la OMC, comenzando por Seattle y extendiéndose después por muchas otras ciudades), intercambiar experiencias y coordinar sus luchas”. Sader, quién desempeña el puesto de secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), recuerda que “las sucesivas crisis neoliberales llevaron al agotamiento de este modelo y comenzaron a surgir gobiernos electos distintos. El primero fue el de Hugo Chávez, en 1988, y fue seguido por una impresionante sucesión de presidentes latinoamericanos: Lula da Silva (Brasil), Kirchner (Argentina), Tabaré (Uruguay), Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (Ecuador) o Fernando Lugo (Paraguay), que expresaban la disputa por la hegemonía que pasaba a colocarse como objetivo central en la lucha contra el neoliberalismo”.
El análisis de este teórico y activista, buen conocedor de los entresijos del FSM, finaliza con una crítica amarga: “Los Foros pasaron a tener que enfrentar nuevos dilemas: ¿que actitud tomar frente a esos gobiernos que pasaron a representar la avanzada en la lucha contra el neoliberalismo y por la construcción de alternativas a ese modelo? No estaban preparados porque se habían organizado para la fase de resistencia, limitando su acción a una supuesta ‘sociedad civil’, excluyendo la esfera política y, con ella, a los partidos, al Estado, a los gobiernos. En ese marco, los Foros fueron girando en falso, dejando de ser el punto mas alto en la lucha antineoliberal, y ésta se trasladó a los gobiernos de mayor o menor ruptura con ese modelo”.