Una parroquia donde no haya corriente

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Cuando se hicieron mayores, mis padres, a la hora de ir a misa buscaron en su pequeña ciudad de provincias una iglesia que tuviese una relativamente buena calefacción. Y, además, se situaron en un banco en el que hubiese menos “corriente”, como decía mi madre. Es una forma de expresar algo que todos queremos cuando vamos a misa: sentirnos cómodos.

Pero no sólo nos afectan las “corrientes” o el frío que haga en el recinto, que también tiene su importancia. También afecta el calor humano, el sentirse acogido, el experimentar que los que están ahí no sólo “van a la misa que da el cura”, sino que participan en la eucaristía. El lenguaje no es inocente.

Vuelvo a mis padres. Hace muchos años hicieron un viaje a Barcelona para visitar a uno de sus hijos. Se quedaron unos días con él. Y un día de diario fueron a misa a la parroquia más cercana. Era una iglesia muy sencilla. En realidad, era un local comercial, un bajo transformado en iglesia. Entraron un poco antes de misa e hicieron lo que hacemos todos cuando llegamos a un sitio nuevo: se colocaron en los bancos del fondo. Casi en una semioscuridad. Allí esperaron a que empezase la misa. Pasó que a los pocos minutos se les acercó una señora a saludarles. Les dio la bienvenida. Les preguntó de dónde eran porque no les había visto por allí nunca. Mis padres explicaron lo del hijo que vivía cerca. Ella les volvió a dar la bienvenida, les invitó a situarse más adelante y, además, les dijo si uno de ellos podía leer la primera lectura. Treinta años después mis padres se siguen acordando de aquella acogida con agradecimiento. Les hizo sentirse miembros de aquella comunidad. Naturalmente, los días siguientes continuaron acudiendo a aquella parroquia. Se sintieron como en casa.

Pienso ahora que, quizá, se acuerdan tanto de aquella acogida porque nunca lo habían experimentado en sus muchos años de vida. Y, quizá, no lo volvieron a experimentar. Desgraciadamente. Porque eso de la acogida no sólo es algo bueno para los que llegan de primera vez. Habla también de una forma de ser de la comunidad parroquial. Habla de una calidez, de un estilo de relación, de vida, que tiene mucho que ver con el Evangelio. Luego la misa se celebra, como es normal pero en un contexto que hace que lo que se celebra sea diferente porque ya no es un grupo de personas envueltas en el anonimato sino una comunidad con unos lazos vivos y fraternales, capaz de acoger y de hacer que nadie de los que llegan se sientan excluidos. Eso se nota, se siente, desde el primer momento.[quote_right]Ya no es un grupo de personas envueltas en el anonimato sino una comunidad con unos lazos vivos[/quote_right]

Quizá esa es la razón por la que treinta años después mis padres se siguen acordando de aquella pequeña y humilde parroquia de un barrio de Barcelona. Porque no sólo no había “corriente” sino que encontraron la calidez acogedora de una comunidad cristiana.

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