Recordar es la única manera de detener el tiempo.
Jaroslav Seifert

Intentar entender el presente, sin haberse cuestionado los porqués del pasado es un sinsentido. Echar la vista atrás y reducir acontecimientos históricos simplemente a buenos o malos es, directamente, ignorancia. Tratar de explicar en pocas líneas el genocidio de Ruanda, habiendo estado -o no- en ese país es una tarea ardua y complicada. Pretender acercarse a la realidad que allí se vivió y querer formar el puzle de aquel aberrante suceso es prácticamente imposible. A pesar de esta ristra de obstáculos, hablemos de Ruanda (Repubulika y’u Rwanda).
El punto de partida no fue el 6 de abril de 1994, el día en que en un atentado aéreo el presidente de Ruanda (Juvenal Habyarimana) y el presidente de Burundi (Cyprien Ntaryamira) perdieron la vida. Esa fecha marca un hito histórico, un antes y un después, pero, sin lugar a dudas hubo un antes. Aquel asesinato fue orquestado, quizá, hasta el milímetro y son muchos los que apuntan al Frente Patriótico Ruandés (FPR).
Hablamos con la periodista Rosa Moro y señala “indudablemente” al Frente, ya que así lo declararon múltiples testigos ante los tribunales español y francés, incluso públicamente en los medios internacionales, como fue el caso de Theogene Rudasingwa, exjefe de gabinete de Paul Kagame, actual presidente del país. Gran parte de los expertos consultados para elaborar este reportaje sostienen que todas las pruebas aluden al FPR como principal responsable.
Para la misionera Dina Martínez, los ruandeses y ruandesas saben quién fue el autor del crimen de Habyarimana desde el mismo 6 de abril de 1994 pero, “¿cuándo permitirán que esta verdad sea reconocida?”, se pregunta.
No obstante, pese a que ya se habían producido matanzas entre 1990 y 1994 y a que el pánico y el horror habían sido inyectados en las venas del pueblo ruandés, los momentos más cruentos tuvieron lugar durante aquellos 100 días posteriores al 6 de abril. Algo más de tres meses de pánico y atrocidad que se saldaron con la dolorosa cifra de alrededor de 800.000 muertos. 800.000 personas ruandesas tutsis y hutus. 800.000 personas al fin y al cabo. Estos datos nunca serán objetivos, nunca serán 100% fiables porque es imposible saber el número exacto de personas que pierden la vida en una guerra. Igualmente en este atroz genocidio.
Moro aprovecha para mencionar el informe elaborado por los investigadores norteamericanos Christian Davenport y Allan C. Stam, quienes explicaron y argumentaron las cifras. Además, destaca, “hay que sumar a las 800.000 víctimas de aquellos meses, las anteriores; desde la primera invasión de Ruanda por parte de los rebeldes del Frente Patriótico Ruandés [1 de octubre de 1990] y las posteriores, que siguen aumentando a día de hoy”.

Más allá de la etnia
¿Conflicto étnico? ¿Ya está?, ¿con eso nos quedamos? No es una respuesta completa y tampoco puede ser la única. Hay que dar un paso más. No puede ser la única respuesta. Como dice Martínez, al día siguiente del atentado mataron en la casa de acogida de los jesuitas donde ella se encontraba a 19 personas, todas ruandesas, “hutus y tutsis indistintamente”. Este no es un conflicto cualquiera y, ni mucho menos, un conflicto étnico, “ya que había intereses políticos en juego”, ratifica. “Los que gobernaban querían mantener el poder y los que venían de fuera querían conseguirlo”, pero detrás de todo ello “estaba el interés económico, que fue el más perverso y que estaba dirigido desde Occidente”, añade.
Un conflicto jamás surgirá porque sí, sin más. Los factores externos e internos contribuyen a que, en ocasiones, una simple mirada pueda terminar en una explosión de violencia o a que los intereses de un conjunto de personas se conviertan en el mayor de los miedos de un grupo de seres humanos.
En este sentido, los intereses que hicieron añicos los sueños de miles de personas fueron de control y de poder, de acuerdo con el redactor jefe en la revista Mundo Negro, Javier Fariñas. “Los hutus querían mantener un poder y un dominio sobre los tutsis que entendían que, en manos de Habyarimana, no estaban del todo seguros” y, a su vez, “los tutsis, después de la huida masiva que protagonizaron décadas atrás a Uganda, querían recuperar el poder”, resalta.
Sin entrar todavía de lleno en el papel que tuvieron algunas potencias como Estados Unidos o Francia, José Eugenio Azpsmen Lucas, del Comité de Solidaridad con África Negra-Asociación Umoya, precisa que el enfrentamiento que existía por aquel entonces entre esos dos países –ayudados por Gran Bretaña y Bélgica– era evidente y que Ruanda no fue más que la última afrenta en el continente africano.

Por otro lado, Moro indica que los medios internacionales hicieron una cobertura errónea, poniendo énfasis en un conflicto de índole étnica, cuando realmente no era tal. “Las motivaciones son políticas y económicas, los intereses siempre son de los grandes, no de los ciudadanos de la calle”, lamenta. Probablemente, según el director del Máster de ABC y de la revista digital FronteraD, Alfonso Armada, lo que muestran los antecedentes es “una animadversión étnica, pero utilizada políticamente”.
La prensa
¿Cuándo se puede hablar de que un conflicto se cubre bien? El periodista y director del programa En Portada de TVE, José Antonio Guardiola, comentó el pasado enero en una entrevista del diario vasco Deia, que las guerras siempre se van a contar mejor o peor. Unos meses más tarde reafirma lo dicho, al tiempo que subraya que Ruanda “fue un cataclismo”. En aquel entonces, Guardiola trabajaba desde España y él, junto a sus compañeros de profesión, hablaba frecuentemente con misioneros que estaban sobre el terreno y que proporcionaban “más información” que ningún otro.
Recuerda la figura de la religiosa Pilar Díaz Espelosín, quien contó al mundo qué estaba sucediendo en aquellos meses de 1994 y cómo se desarrollaron los acontecimientos posteriores. “Cada día descubríamos un horror diferente”, fue un genocidio “brutal y descarnado que no se contó bien”, asegura el periodista. Uno de los motivos que, en cierta medida, impidió que el conflicto se relatase adecuadamente fue el papel de países anglosajones como Estados Unidos. Debido a la influencia estratégica de Ruanda y a la riqueza de recursos minerales y naturales, algunas potencias querían conseguir una mayor presencia en la zona.
En cualquier caso, Armada incide en que a los medios siempre les falta profundizar en las historias. “No basta con contarlas en toda su hondura, sino hacer más hincapié en el trasfondo histórico, político, económico y sociológico”, alega.
Dos décadas después, de acuerdo con Pedro Espinosa, miembro del Comité de Solidaridad con África Negra, los medios repiten las mismas frases y continúan subrayando que aquel genocidio fue “perfectamente planificado por los hutu radicales y el Gobierno, contra los tutsis”. Según dicha versión, murieron principalmente tutsis y algún que otro hutus moderado. En esta línea, Guardiola mantiene que “los buenos son de los dos bandos y los malos también”.
No obstante, Espinosa insiste en que no son pocas las personas –incluso miembros del FPR, como Abdul Ruzibiza– que hablan de un doble genocidio: “el ejecutado contra los tutsis por un grupo de hutus radicales y cuya planificación nadie ha sido capaz de demostrar fehacientemente y el ejecutado contra los hutus por el Ejército del FPR”. De todas maneras, advierte, lo que sí está claro es que lo sucedido fue “premeditado y preparado” durante mucho tiempo.
Aparte, el presidente de la Fundació S’Olivar, Joan Carrero, quien ha promovido la causa Ruanda-Congo en la Audiencia Nacional, también aporta su granito de arena y ofrece su punto de vista que contrasta con las declaraciones de los otros profesionales. Su experiencia le ha demostrado que es desde las altas esferas desde donde se mueven las piezas del ajedrez. “Mis correos electrónicos y mis conversaciones telefónicas fueron grabados precisamente para destruirnos [como Fundación], para desactivar el caso Ruanda-Congo que avanzaba en la Audiencia Nacional y así proteger a los 40 máximos cargos del gobierno de Ruanda sobre los que pesan las más graves acusaciones posibles -entre ellas la de terrorismo- y 40 órdenes de captura emitidas por el juez Fernando Andreu de Merelles”, cuenta Carrero.
En definitiva, la mayoría de las personas con las que hemos charlado para este reportaje sienten que los medios no estuvieron a la altura de las circunstancias, como así también manifiesta el periodista y profesor universitario Justino Sinova, quien considera que la prensa occidental ofreció a su público una escasa y deficiente información.

Comunidad Internacional
La pregunta del por qué no se intervino sigue taladrando muchas mentes. No hay modo alguno de entender cuáles fueron las razones que se esgrimieron en su día para no dar un paso adelante y avanzar. Tratar de proporcionar algo de luz ante tal cantidad de oscuridad entraña dificultad. Silencios. Vacíos. Desconocimiento. Dudas. Sombras. Y los años no dejan de transcurrir, porque el tiempo pasa y, para ciertas cosas, no perdona. O sí perdona, pero no olvida.
El Consejo de Seguridad de la ONU decidió que no se interviniese, nos explica Armada, mientras hace énfasis en que los miembros permanentes del Consejo son cinco y no tres. “Acusamos siempre a Washington, a Londres, a París y nos olvidamos de los otros dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad: Rusia y China”, puntualiza. Asimismo, recuerda, que las complicidades entre el régimen ruandés y París existían, al igual que la misión Operación Turquesa que lanzó el gobierno francés “bajo presunto paraguas humanitario” y que permitió salvar vidas, pero también abrió el camino para que los responsables del genocidio se pusieran a salvo en la República Democrática de Congo (RDC), antiguo Zaire. Para Pepe García, de Umoya, fue Estados Unidos quien estuvo detrás de la negativa del Consejo para evitar que la ONU actuase y evitase el genocidio.
El pasado marzo, un tribunal francés condenó a 25 años por crímenes contra la Humanidad a Pascal Simbkangwa, un antiguo jefe de los servicios de Inteligencia del gobierno ruandés, convirtiéndose éste en el primer juicio a un cómplice del genocidio, relata Javier Fariñas. Ante esta noticia, se antepone que 20 años atrás, “los cascos azules salieron en estampida, dejando que el pueblo se matara entre sí”, señala el redactor jefe de Mundo Negro, para quien esta huida representa el ejemplo más claro de cómo no debe ser “nunca” el papel de la ONU en un conflicto de estas características y dimensiones.
Incluso si nos remontamos a la década de los noventa, Espinosa destaca cómo en octubre de 1990 los ruandeses tutsis del FPR ocuparon gran parte de Ruanda y provocaron que un millón de ruandeses y ruandesas se vieran en la obligación a desplazarse a campos de miseria instalados en la capital, Kigali.
Por aquel entonces, la comunidad internacional no se movió, porque el FPR estaba respaldado, claramente, por Gran Bretaña y EEUU, sus grandes padrinos, entonces y hasta nuestros días. “El en aquel momento, el secretario general de Naciones Unidas (ONU), Butros-Ghali, quería intervenir, pero el ex presidente norteamericano Bill Clinton no, ya que los americanos querían y confiaban en que el ejército tutsis, fuerte y muy bien preparado, conseguiría un triunfo rápido y total”, señala Espinosa.
Lo más doloroso de todo es que el tiempo y la vida no se pueden recuperar. Una vez que se van lo hacen para siempre y no hay milagros que neutralicen el daño. La comunidad internacional no intervino, se quedó quieta y muda y ahora, incluso con suerte, aparecen los lamentos que no tienen valor alguno. “La tragedia podría haberse detenido”, expresa Ramón Arozarena, cooperante en Ruanda en la década de los sesenta y setenta. La cuestión es que no se detuvo y que, en la actualidad, hombres y mujeres todavía añoran a sus seres queridos.
Justicia y perdón
Creer o no en la justicia está de mano de quien la necesita o quien se cruza con ella cara a cara. A veces, las personas no se cuestionan el poder, el valor o la influencia de ciertos conceptos como el de justicia, hasta que no les toca de lleno. ¿Existe la justicia?, ¿de verdad? ¿Cambiaría la respuesta si fuera hutu y hace 20 años le arrancasen con un golpe seco la vida de su hijo, de su madre, de… quien quiera?
El presidente de la Conferencia Jesuita de Asia Pacífico y superior regional de Timor Oriental, Mark Raper, aclaró en su artículo Diez años después. El genocidio africano que “hay avances positivos para conseguir un sentimiento de unidad nacional y una identidad más incluyente y étnicamente heterogénea”. Sin embargo, hace una década también resaltaba que de entre todas las personas que sobrevivieron al genocidio, algunas preferían olvidar, mientras que otras tenían claro que solamente recordar podía ayudarles a recuperarse.
“Cuando termina la guerra, tienes que tener la suficiente capacidad de entender que ya ha pasado, que tienes que dar paso al camino hacia una reconciliación que tienen que hacer otros y eso es lo que el FPR no ha sabido y no ha querido hacer”, resalta Guardiola.
Por tanto, hablar de lecciones aprendidas en este punto parece un juego de niños. ¿Realmente, se ha aprendido algo? Un “sí” o un “no” no son respuestas válidas y ofrecer argumentos poco contundentes no ayuda. Los expertos tienen opiniones enfrentadas. No son pocos los que, como Espinosa, creen que mientras la “versión oficial y la gran mentira sigan campando con plenos poderes y a la otra verdad le siga costando tanto abrirse paso, no habremos aprendido nada”.
Por su parte Rosa Moro considera que tampoco se ha aprendido “ya que han pasado 20 años y el enorme interés en ocultar la verdad de lo ocurrido en Ruanda en estos años imposibilita la preparación para evitar que vuelva a suceder algo parecido”. De igual forma, Azpsmen se muestra escéptico. “El no haber investigado lo que realmente pasó en Ruanda es lo que ha llevado a los seis millones de muertos en la RDC. Si se hubiese denunciado al gobierno ruandés en aquel momento, entonces no hubiese ocurrido la tragedia del Congo”, apunta. Todo está concatenado.
El único que se muestra medianamente optimista entre nuestros entrevistados es Guardiola. “Creo que las lecciones están, otra cosa es que se hayan utilizado adecuadamente o que la comunidad internacional las haya sabido aplicar”, aduce. “La justicia antes o después llega” y, en este caso, “ha habido justicia en cierta medida”, agrega. Su compañero Armada se muestra más rotundo y remarca que “lo de aprender lecciones es una retórica que políticos, intelectuales, periodistas y profesores utilizan y utilizamos para cubrir las vergüenzas y no sacar conclusiones, es más un deseo que una realidad”.
Sea deseo o realidad, lo cierto es que tal y como dijo Raper en su artículo “no es posible alcanzar la justicia mientras la verdad no salga a la luz. No se puede llegar a la reconciliación si se pasa por alto la justicia”. Lo que significa que queda un largo camino por delante hasta que las heridas de Ruanda puedan sanar. Mientras, tratemos de aprender del pasado para que el presente y, por supuesto, el futuro, sean mejores de lo que son.