En la política española, definitivamente, la tendencia son los jóvenes, personas con poca experiencia pero mucha energía, preparación e idiomas –que se agradece mucho, aunque no sea garantía de una visión amplia del mundo en que vivimos. Han sido quienes han sacudido, por fortuna, una política de baja credibilidad que nos producía la sensación de haberse convertido en el cortijo de unos pocos -amigos entre sí- y con una relación estrecha con los líderes del mundo económico. Tenemos nuevos miembros del Congreso con menos de 30 años y una muy limitada experiencia pero llenos de ideas. Nada muy diferente de aquella primera generación venerada por algunos de los líderes de la transición con el entonces joven y vigoroso –aunque inexperto- Felipe González al frente.
Sin embargo, un fenómeno que me está interesando mucho más por ser sorprendente es el de los “veteranos de mil batallas” que se han mantenido en su lugar y en sus valores y deciden hacer un último acto de dignidad política y de resistencia. Resistencia precisamente ante esos acuerdos de intereses entre élites políticas y económicas, pero una resistencia amable, reflexiva, práctica y llena de convicciones.
El ex presidente de Uruguay, Pepe Mujica, es seguramente el mejor exponente. Un hombre fajado en la lucha contra la dictadura, encarcelado y que llegó a la máxima responsabilidad con la edad de un papa, que nos ha dejado algunas de las mejores lecciones de valores en los últimos años. Incontestables en la boca de un hombre sencillo y humilde, que conoce todas las tentaciones y posibilidades torcidas del puesto que ejerció y las dejó pasar una a una.
Estoy en Estados Unidos estos días y, junto a otro anciano histriónico como Donald Trump, que está dando rienda suelta a mensajes que en nuestras sociedades serían constitutivos de delito, ha saltado a la palestra otro anciano limpio y luchador. Es Bernie Sanders, rival de Hillary Clinton en la batalla por ser el candidato demócrata a la presidencia de los EEUU. Su discurso sobre los problemas de la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades en su país y la necesidad de cambiar todo ello es cristalino y limpio. Ha sido alcalde y miembro del Senado estadounidense como independiente hasta la fecha y tiene pocas posibilidades si los millones de dólares en donativos cuentan algo.
Otro más es Jeremy Corbyn, el actual líder del maltrecho Partido laborista en el Reino Unido. Con mensajes claros y nítidos y sin deudas pendientes ni amistades peligrosas. Su mayor activo es también, por supuesto, su principal debilidad.
Tanto Sanders como Corbyn son proyectados en los medios mayoritarios –y por esa vía en la opinión pública de sus países- como candidatos que a la postre jamás ganarían, porque “no son realistas” y tampoco son una cara joven y moderna para la política de hoy.
O tal vez sí, porque en una ciudad tan grande como Madrid, otra personalidad como las anteriores, Manuela Carmena, sí ha logrado la alcaldía, convenciendo a muchos en una campaña limpia y sin reproches, tras una trayectoria profesional que ya podría haber dado por concluida, pero decidió poner al servicio de los madrileños. Y cautivó también a los jóvenes a pesar del salto generacional, como hiciera en su tiempo el viejo profesor Tierno Galván.
Así que parece que no hay una única respuesta a los retos que nos plantea la política en nuestros tiempos. Pueden ser jóvenes o viejos pero, sin duda, necesitamos personas libres, con energía y ganas de cambiar un statu quo que va dejando a cada vez más gente fuera, esa es la realidad de nuestro tiempo.
En el Foro de Davos, Oxfam volvía a recordarnos que ya son sólo 62 personas las que atesoran tanta riqueza como media humanidad, 3.600 millones de personas. Y esas desigualdades también crecen aceleradamente en España, donde 20 personas tienen tanto como catorce millones. Hacen falta respuestas a las causas profundas de esta grave crisis de desigualdad para que los jóvenes tengan oportunidades. Ojalá entre viejos y jóvenes las encontremos.