Por Juan Carlos Sánchez Blasco*
En estos tiempos, la educación parece ser tema de interés mediático por diversos motivos, que van desde el manejo de la misma como moneda de intercambio para pactos políticos, hasta las preocupaciones más loables de la necesidad de innovación en las aulas. Uno se plantea, individualmente y como colectivo, si como cristiano y docente de la escuela pública cabe algún tipo de aportación a estas inquietudes desde esta doble y a la vez indisoluble identidad. Para nosotros y nosotras esta vocación de ser cristianos comprometidos con la tarea docente como vocación, es en la escuela pública donde alcanza su sentido más completo, remitiéndonos, simplemente y sin entrar ahora en disquisiciones ideológicas, a la situación y experiencias concretas que vivimos cada día.
Si respondemos a la propuesta del papa Francisco de este último año y hacemos una revisión de las obras de misericordia que desde la tradición católica consideramos como espirituales (enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, consolar al triste, soportar con paciencia a las personas molestas, perdonar las ofensas…), nos encontramos que todas ellas responden a lo que sería una actividad educativa llena de sentido más allá de la mera instrucción. Quizá las nuevas teorías y planteamientos en neuroeducación y psicopedagogía nos están llenando de sentido científico lo que las tradiciones religiosas humanistas ya nos vienen transmitiendo desde hace siglos.
[quote_right]Nuestro reto como cristianos y cristianas llamados a ser luz y sal, sería, al trabajar como docentes en la escuela pública, decantarnos por ser sal[/quote_right]
Es clara así la posibilidad de identificar nuestra tarea profesional con una vocación dispuesta a la trasformación de la realidad desde estas claves misericordiosas, pero no por ello ausentes de conflicto, ya que -como José Laguna nos invita a descubrir en su libro Jesús, la misericordia conflictiva del Reino- si no fuese así no sería vocación auténticamente cristiana.
Nuestro reto como cristianos y cristianas llamados a ser luz y sal, sería, al trabajar como docentes en la escuela pública, decantarnos por ser sal. Nuestra posición no camina tanto por el hecho de ser visibles como cristianos (ser luz), sino por ser sal que se disuelve en el alimento, pero que está y da sabor. Quizá se pierde en impacto mediático o protagonismo personal e institucional, pero tenemos la seguridad de que gana en autenticidad de la tarea y en suscitar paradojas.
Anunciar a Jesucristo de forma explícita no tiene sentido en nuestra profesión. Creemos en una escuela pública laica, pero el reto de hacer presente los valores del Reino de Dios en la escuela y cultivar la espiritualidad propia y del alumnado como dimensión que integra el crecimiento personal afecta a todo nuestro día a día. Nos planteamos desde estas claves metodologías, la organización de los centros, el estilo personal y profesional de cada una de nosotras y nosotros.
Nuestro reto pasa por experimentar aquello de la evangelización y la teología inversa. Se trata no tanto de presentar el mensaje y la figura de Jesucristo en nuestro ambiente escolar, sino de querer que sea el alumnado el que nos evangelice, descubriendo en él la mirada de Jesús y actuando en consecuencia al descubrirle sediento, hambriento y no sólo desde el punto de vista material, aunque, lamentablemente, también (Mt 25:35-45).
Leyendo así la situación a la que estos años de recortes y decisiones políticas ha llevado a la escuela pública y a sus docentes y familias, nuestro reto pasa por asumir esa misericordia conflictiva que supone la denuncia de estas situaciones. Por asumir el apoyo al movimiento de la Marea Verde, decantándonos por una escuela pública como eje vertebrador de todo el sistema educativo, el bien común que hay que cuidar como un tesoro para todas y todos. Nuestro reto nos lleva también a rechazar las leyes que convierten la educación y sus prácticas en un valor productivo de un sistema mercantilista y competitivo, olvidando su fin último, la felicidad y el crecimiento personal del alumnado como ser social.
Para los docentes cristianos y cristianas vivir este reto es esperanzador y así lo experimentamos en nuestro quehacer como colectivo, como reto comunitario, que nos alienta y cuida en nuestra tarea. La especificidad y riqueza de nuestra profesión y vocación nos llama a encontrarnos con otros compañeros y compañeras que compartan esta tarea docente que quiere ser cuestionada por el Evangelio. Hacer esto a través de encuentros de formación, oración, denuncia, así como de momentos para compartir cansancios e ilusiones es algo que hemos aprendido en nuestras comunidades cristianas. El hecho de hacerlo en torno a la realidad de la escuela pública es lo que nos supone un reto y una aventura. A esta aventura es a la que queremos invitar a la Iglesia más institucional, preocupada desde hace años, más por cuidar la presencia de una escuela católica en el ámbito educativo de nuestro país que por el cuidado y el fomento de vocaciones cristianas dispuestas a trabajar por la escuela que realmente es la de todos y todas, sin las ambigüedades y contradicciones de los conciertos educativos.
[quote_right]La especificidad de nuestra profesión nos llama a encontrarnos con otros compañeros que compartan esta tarea docente que quiere ser cuestionada por el Evangelio[/quote_right]
Para ello, vislumbramos el reto de dar testimonio, pero no tanto como cristianos y cristianas en la escuela, sino como docentes de la escuela pública en ámbitos eclesiales, manifestando nuestra prioridad por lo público como espacio privilegiado para el desarrollo del bien común. Dar testimonio desde estas claves y en ámbitos eclesiales donde participemos y generemos espacios de encuentro y debate sobre educación, en los que aportar quizá nuevas perspectivas y retos.
*Juan Carlos Sánchez Blasco es profesor de secundaria y miembro del colectivo de Profesores Cristian@s de la Escuela Pública
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