Por Thomas Rosica*
Los trágicos, violentos acontecimientos de los pasados días en Beirut y París, así como la reciente caída de un avión ruso nos llenan de rabia, horror y miedo y nos llevan a muchos de nosotros a preguntar: “¿Aún hay espacio para el diálogo con los musulmanes?”. La respuesta es: sí, ahora más que nunca.
Cuando regresé a Canadá en 1994 después de haber pasado los últimos cuatro años de mis estudios universitarios sobre Sagrada Escritura en Jesusalén, estaba seguro de una cosa: el islam estaba convirtiéndose en una preocupación creciente y global y en un gran desafío pastoral para la Iglesia católica. ¡No hubo muchas personas que me creyeran cuando compartí esto con ellas! Si bien mis estudios bíblicos tuvieron lugar en la École Biblique de Jerusalén, dirigida por dominicos franceses, y en la Hebrew University de Mount Scopus, yo vivía en el barrio musulmán de la ciudad vieja de Jerusalén. Muchos de mis vecinos y amigos eran musulmanes. Aprendí árabe, estudié el Corán y disfruté de la hospitalidad de Oriente Medio que el pueblo palestino ofrecía tan gentilmente.
Durante mis visitas y lecturas en las vecinas tierras árabes de Palestina, Jordania, el Sinaí y Egipto, quedé muy impactado por la imagen de creyentes en Alá que, sin preocuparse por la hora o el lugar, se arrodillaban para orar varias veces cada día. No vi tales escenas en las grandes catedrales cristianas de Europa, las cuales en muchos casos se habían convertido en museos para muchedumbres de turistas que pagaban. Aprendí que el islam tiene una organización total de la vida que es completamente diferente a la católica: el islam lo abraza todo. El musulmán llamaa la oración: “Allahu akbar” nunca fue una llamada a matar, destruir y causar indecibles caos y terror.
Aquellos años en Tierra Santa incluyeron para mí la primera Intifada Palestina y la primera Guerra del Golfo Pérsico. Recé con mis amigos judíos en los servicios semanales del Shabbat y en los Grandes Días Sagrados en el Hebrew Union College y escuché vívidas historias de pobreza, injusticia e ira de boca de mis amigos palestinos. Vivía el Ramadán con mis vecinos, rompía el ayuno con ellos, escuchaba cosas sobre la yihad, la realidad de terroristas suicidas, el creciente fenómeno del falso martirio y fui testigo del enorme poder que los clérigos musulmanes tenían sobre sus congregaciones. Algunas de estas cosas fueron muy atemorizantes de descubrir y presenciar.
[quote_right]Ahora más que nunca el diálogo entre nuestras religiones debe combinar una conciencia de lo que tenemos en común y de lo que nos distingue.[/quote_right]
Los recientes y horribles acontecimientos de Beirut y París, así como la tragedia del avión ruso y los consiguientes efectos colaterales me han devuelto los recuerdos de mis experiencias en Oriente Medio. Como creyente en el Dios único, sacerdote católico, educador y trabajador en medios de comunicación internacionales, estoy convencido ahora más que nunca de que el diálogo entre nuestras religiones debe combinar una conciencia de lo que tenemos en común y de lo que distingue profundamente a nuestras tradiciones. El islam no es una religión uniforme. De hecho, no hay una única autoridad para todos los musulmanes y, por esta razón, el diálogo con el islam es siempre un diálogo con varios grupos. Nadie puede hablar por el islam como un todo; no hay una ortodoxia observada en común. Esto no es una fortaleza. Los musulmanes creen que el Corán viene directamente de Dios. Esto dificulta que el Corán se someta a la misma clase de análisis críticos y reflexiones que han tenido lugar entre los cristianos y los judíos sobre la Biblia y el Nuevo Testamento.
Hay un islam noble, personificado, por ejemplo, en los reyes de Marruecos y Jordania; también está el islam extremista y terrorista, que no debemos identificar con el islam en su conjunto; esto sería una grave injusticia. ISIS no es islam. ISIS y cualquier forma de terrorismo en nombre de Dios es una aberración de la religión. La manipulación y distorsión que hace ISIS de la enorme crisis de refugiados para infiltrar terroristas en otros países es criminal y malvada. El reino del terror de ISIS, paralizando la acción de las personas y llenándolas de miedo es malvado.
Debemos distinguir entre la verdadera religión y la religión retorcida que se usa para justificar el odio y la violencia. La verdadera religión conduce a las personas a la sanación y la paz y desea hacer del mundo un lugar mejor. La verdadera religión respeta el carácter sagrado y la dignidad de la persona humana. La verdadera religión invita a la gente a responder a las crisis con misericordia, caridad y hospitalidad.
[quote_left]Lo que estamos presenciando hoy son extremistas que intentan monopolizar el liderazgo religioso.[/quote_left]
Lo que estamos presenciando hoy son extremistas que intentan monopolizar el liderazgo religioso, tanto entre cristianos como entre judíos o musulmanes. Matar en nombre de la religión no solo es una ofensa a Dios, sino también una derrota para la humanidad. Ninguna situación puede justificar tal actividad criminal, que cubre a quien la perpetra con infamia, y es de lo más deplorable cuando se esconde tras la religión, bajando así la verdad pura de Dios al nivel de la propia ceguera y perversión moral de los terroristas.
Uniendo nuestra voz a la del papa Francisco, decimos: “Cualquier violencia que busca justificarse en la religión se granjea la más fuerte condena, porque el Omnipotente es el Dios de la vida y la paz. El mundo espera que aquellos que afirman adorar a Dios sean hombres y mujeres de paz, capaces de vivir como hermanos y hermanas, al margen de las diferencias étnicas, religiosas, culturales o ideológicas” (Ankara, 28 de noviembre de 2014).
¿Cuál es el papel del liderazgo religioso en esta crisis? Debe mostrar un sentido igual para la dignidad de todo ser humano como hijo de Dios, para dar a cada uno su parte en sus propias tierras. La exclusividad o el posicionarse de un único bando dañará a ambos bandos; dañará el proceso de paz, la propia tierra y la vocación de la Iglesia portadora de salvación para la humanidad. El auténtico liderazgo religioso tiene que lidiar con el extremismo religioso, allá donde esté y de quien quiera que provenga. Los líderes musulmanes y los musulmanes moderados necesitan condenar los actor de violencia y terror.
Las tres comunidades de fe abrahámica –musulmanes, cristianos y judíos- están siendo testigos, entre otras cosas, de partidarios de la explotación y la manipulación de la religión, acogiendo el fanatismo con ídolos vulgares a los que se da forma con aquello que es malvado en nosotros mismos. Los judíos, cristianos y musulmanes veneran hoy a Abraham como a su común “padre de la fe” en el único Dios que bendice a todos los pueblos de la Tierra. Dios no permite que su amor por un pueblo se convierta en injusticia para otro pueblo. Los creyentes que demandan justicia, respeto e igualdad para sí mismos, deberían demandar lo mismo en el nombre de Dios para sus vecinos.
En el mundo de hoy, donde Dios es trágicamente olvidado, cristianos y musulmanes están llamados en un único espíritu de amor a defender y promover siempre la dignidad humana, valores morales y libertad. Nuestro peregrinaje común hacia la eternidad debe expresarse como oración, ayuno y caridad, pero también en unir esfuerzos para condenar el terrorismo y la violencia ejercida en nombre de Dios; esfuerzos para la paz y la justicia, para el progreso humano y la protección del medio ambiente.
Un problema subyacente al tratar con naciones islámicas es la ausencia de separación entre religión y Estado. Parte del diálogo con las autoridades religiosas y políticas debería orientarse a ayudar a desarrollar dicha separación. Caminando juntos en la senda de la reconciliación y renunciando –sometiéndonos humildemente a la voluntad divina- a cualquier forma de violencia como medio para resolver las diferencias estas dos grandes religiones mundiales serán capaces de ofrecer un signo de esperanza, irradiando sobre el mundo la sabiduría y la misericordia de ese Dios único que creó la familia humana y la gobierna.
*Publicado el 16 de noviembre de 2015 en americamagacine.org
** Traducción de Rafael San Román
Thomas Rosica, C.S.B. es un sacerdote y periodista brasileño residente en Canadá.Es director general de Salt and Light Television Network y ayudante de lengua inglesa en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
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