
En la Revuelta de Mujeres en la Iglesia de Madrid nos hemos hecho conscientes de la escasa atención prestada a las mujeres víctimas de abusos, a pesar de que son mayoría entre las víctimas adultas. Consideramos necesario visibilizar y escuchar a las mujeres abusadas, a las víctimas y a las supervivientes, y comprometernos a generar una cultura del cuidado y buen trato frente a la cultura del abuso en nuestros entornos eclesiales y sociales.
Ante esa realidad, hemos organizado una serie de encuentros en los que distintas ponentes han compartido su reflexión sobre el proceso y las dinámicas cuando la víctima del abuso, de poder, de conciencia, espiritual o sexual es una mujer adulta.
Este artículo es el primero que, con otros dos, trata de ofrecer algunos de los aprendizajes más significativos iniciados en mayo de 2022. No es fácil transmitir cómo atraviesa la piel el testimonio de las víctimas y el nudo en el estómago que deja su relato.
No resulta fácil transmitir cómo atraviesa la piel el testimonio de las víctimas y el nudo en el estómago que deja su relato.
Cuando nos hemos aproximado a los abusos a mujeres en la Iglesia y sus contextos, algo reverdece en las heridas de cada una produciéndose una comprensión que va más allá de lo cognitivo. Todas intuimos que, de alguna manera, es la misma herida: la herida común de la que participan las mujeres en la Iglesia, aunque no todas hayamos sido igualmente dañadas. Por eso, aunque el tema es espeso y doloroso ponerle voz y palabras es un bálsamo necesario.
La exposición de los temas por parte de las ponentes ha sido clara, de una gran profundidad y con la pasión de mujeres que han sido tocadas, transformadas y se han empeñado en una opción por las víctimas, poniéndolas realmente en el centro.
La atenta escucha de todas ha arropado el clamor valiente de algunas y hemos construido colectivamente un espacio seguro.
Abuso sexual, de poder y de conciencia
El 10 de mayo de 2022 tuvo lugar el primer conversatorio propiciado por Paula Merelo, autora del libro “Adultos vulnerados en la Iglesia”. El impactante relato de los abusos sufridos por una mujer joven acaba con la falsa creencia de que las víctimas adultas no existen.
Merelo realizó una encuesta en España en la que lanzó la pregunta: “¿Conoces a alguien que, siendo adulto, haya sufrido abusos dentro de la Iglesia?” El 13% responde afirmativamente. El 61% de las víctimas referidas eran mujeres. Siete personas reconocen haber sido víctimas directas. Más del 90% de ellas no encajan en la definición de “persona vulnerable” que describe el Código de Derecho Canónico -persona cuyo grado de discapacidad física e intelectual le equipara a un menor-, ni tampoco en la más amplia definición posterior del motu proprio del papa Francisco de 2019, “Vox estis lux mundi”.
El agresor en la mayoría de los casos es un sacerdote en el rol de director espiritual; también hay mujeres entre los perpetradores aunque son minoría.
El abuso sexual es la punta del iceberg, subyace siempre una realidad más profunda, compleja, larvada y previa de abuso de poder y de conciencia que no siempre conlleva abuso sexual.
El abuso sexual es la punta del iceberg, subyace siempre una realidad previa, más profunda, compleja, larvada y previa de abuso de poder y de conciencia
Los abusos ocurren porque una persona en posición de superioridad, en una relación pastoral asimétrica, decide abusar de otra.
Las relaciones asimétricas son frecuentes y necesarias en diferentes ámbitos de la vida y, si son sanas, ayudan a crecer. Para ello, es preciso que la persona en situación de superioridad sea garante de la protección y el cuidado de la otra. En las relaciones pastorales abusivas la persona que detenta el poder inicia un proceso de cortejo y seducción –grooming- (en inglés) y de manipulación en la que, metiendo a Dios por medio, genera confusión a la víctima y va saltando todas las líneas rojas. La víctima queda convertida en un objeto para los deseos y fines del abusador.
Si una persona en posición de superioridad en una relación pastoral asimétrica decide abusar de otra, la víctima queda convertida en un objeto para los deseos y fines del abusador
En una relación asimétrica abusiva no hay consentimiento válido pues no hay libertad. Hemos de desterrar el prejuicio que asoma al hablar de víctimas adultas: “Era adulta, sabía dónde se estaba metiendo”.
Decíamos que ocurren los abusos porque una persona decide abusar, no porque la víctima sea “abusable” o, de alguna manera, “merecedora”, debido a alguna condición previa, de estos abusos. En este sentido no es una persona vulnerable, sino vulnerada: ha devenido víctima.
Todos somos constitutivamente vulnerables en cuanto que somos interdependientes y necesitamos el encuentro con el otro; es precisamente esa vulnerabilidad la que permite la apertura al otro. Existen situaciones de especial vulnerabilidad como una enfermedad, una situación socioeconómica desfavorable o de migración… que aumentan la asimetría, y, por ende, la posibilidad de abuso, pero no son condición de posibilidad para que se dé el abuso.
En el origen de los abusos aparecen el clericalismo, la cultura patriarcal y el perfil narcisista de los agresores.
En el origen de los abusos aparecen el clericalismo, la cultura patriarcal y el perfil narcisista de los agresores
Paula Merelo señala también la responsabilidad de las laicas y laicos en el clericalismo -además de los sacerdotes- por el infantilismo con que vivimos la fe. No nos atrevemos a coger las riendas de una fe madura, mantenemos una dependencia que nos coloca en una situación de inferioridad -honda asimetría- con respecto a los sacerdotes, convencidos de su superioridad por haber sido “elegidos” como “representantes de Dios en la Tierra”.
En bastantes casos de mujeres adultas abusadas, los agresores son clérigos relevantes, con importantes cotas de poder, prestigio y reconocimiento social.
Algunas víctimas se atreven a denunciar, muchas lo hacen por amor a la Iglesia, y se encuentran con una respuesta revictimizante por parte de la misma: el silencio y la ocultación que acrecientan su sufrimiento.
Los procesos canónicos se centran exclusivamente en el agresor, la víctima ni siquiera es reconocida como “parte”, por lo que no recibe información. Estos abusos se consideran faltas contra la sacralidad de los sacramentos -“el sacerdote se ha saltado una norma pues ha confesado a su amante”-, no se reconoce el daño infligido a la víctima adulta, la sacralidad de la persona victimizada. Lo anterior responde a una concepción del abuso como pecado, déficit moral o enfermedad, no como delito.
La finalidad de las penas, según el Código de Derecho Canónico, incluye restablecer la justicia. Para ello, Paula Merelo plantea la necesidad de hacer pública la identidad de los agresores. Ocultar su identidad no ha contribuido a la justicia y reparación de las víctimas.
Ocultar la identidad de los agresores no ha contribuido a la justicia y reparación de las víctimas
Es necesaria una opción radical por las víctimas por parte de la Iglesia, de todas las personas bautizadas: afinar la mirada y la escucha, ejercer una resistencia ética al mal para sanar el pasado, atender lúcidamente el presente y salvar el futuro.
Es necesario una opción radical por las víctimas por parte de la Iglesia
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