La banca ética: una utopía viable

Hace unos meses, un terremoto asoló amplias zonas de Grecia y Turquía. Inundaciones, destrucción de propiedades, cosechas arruinadas… Los efectos, añadidos a la pandemia de la covid-19, fueron devastadores para muchas personas y han dejado gravemente dañado el tejido económico, basado en la actividad agrícola y poblado de pequeñas empresas. En una de las ciudades de la zona griega afectada, opera una pequeña cooperativa de crédito. En una reunión a la que asistí la pasada semana, su director nos decía: “estamos bien, hemos sufrido daños en nuestras oficinas, pero al menos, gracias a nuestro modelo de implantación tan pegado al territorio, estamos siendo capaces de ser el único banco que opera actualmente en la zona y, con las necesidades que en este momento tienen la inmensa mayoría de los negocios del territorio, esto no es poco”. La cooperativa de crédito se llama Cooperative bank of Karditsa y es uno de los 28 miembros de Febea, la Federación europea de banca ética y alternativa.

Este es uno de los muchos relatos que protagonizan entidades financieras que han sido creadas y se desarrollan siguiendo un solo principio: poner la intermediación financiera al servicio de la economía real, atendiendo a los impactos sociales y medioambientales que la actividad económica genera. Entidades pequeñas (al menos en comparación con las megacorporaciones financieras), que se centran en curar las muchas heridas sociales que produce el sistema económico actual, y lo hacen gracias al ahorro de personas y organizaciones para las que el destino de su dinero, una vez depositado en los bancos, sí que importa. Dicho en otras palabras: proyectos de naturaleza cooperativa que someten a escrutinio ético la intermediación financiera y responden en consecuencia. Eso son las finanzas éticas, ni mas ni menos.

Foto: Markus Winkler

La necesidad de revisar no solo el ámbito financiero, sino muchos otros mecanismos e instituciones que sustentan el modelo económico actual, es una aspiración que viene siendo reivindicada en los últimos años desde diversos frentes. Los propios responsables políticos proclaman esta necesidad cuando se hacen evidentes las funestas consecuencias de un sistema financiero incontrolado, como ocurrió en la crisis del 2008. Una necesidad que hoy adquiere especial relevancia con los ODS, ese imperativo ético que como humanidad nos hemos dado y que resultará inalcanzable sin afrontar consecuentemente la transformación en profundidad de los pilares sobre los que se sustentan los flujos globales de capital y los marcos normativos que los protegen. Pilares que, no lo olvidemos, encuentran un apoyo decisivo en los grandes operadores financieros.

Los proyectos de banca ética son realidades que llevan desarrollándose en este contexto desde hace ya décadas. La Federación europea de banca ética (Febea), compuesta por 28 entidades financieras de 15 países que totalizan unos fondos propios superiores a los 30 mil millones de euros y cuentan con más de 650.000 personas y organizaciones como clientes y socios, celebrará el año que viene el 20 aniversario de su fundación. Las seis entidades que la fundaron en 2001 siguen hoy desarrollando su actividad.

Analizar éticamente la intermediación financiera lleva a los proyectos de banca ética a asumir una serie de elementos que, más allá de llevarles a ofrecer determinados productos financieros concretos, configuran de forma radical el conjunto de la organización. Entre esos elementos, podemos destacar la rigurosa restricción de los ámbitos de financiación, que se verifican para cada solicitud con detalladas evaluaciones ESG (sociales, medioambientales y de gobernanza). También es destacable la dimensión cooperativa en la gestión de las organizaciones de finanzas éticas, sobre la base de dinámicas de transparencia y participación que se dirigen no solo al conjunto de la organización, sino a toda la sociedad, que de esta manera, puede entender y tener una imagen fiel de cómo operan las entidades y qué ocurre con el dinero que se deposita en ellas. De esta manera podemos saber, por ejemplo, que la horquilla de salarios tiene en estos momentos para las entidades del finanzas éticas europeas un ratio inferior a 5, o que la actividad financiera se limita a ofrecer crédito a proyectos de economía real en ámbitos como la inserción social y laboral, el medio ambiente, la cooperación al desarrollo o la cultura. Obviamente, también es fácil verificar que no existen inversiones en sectores conflictivos como el armamento, las apuestas o los proyectos medioambientalmente insostenibles, con especial atención al uso o producción de combustibles fósiles.

Son muchas las voces que plantean como objeción de fondo a este modelo su pequeño tamaño o sus limitadas posibilidades de crecimiento, como veredicto inapelable de su escaso valor y capacidad de constituir alternativas dignas de consideración. Frente a estas objeciones, se pueden plantear diversas réplicas. La primera viene de los propios responsables políticos. Desde los ámbitos locales hasta los supranacionales, multitud de informes constatan que la llamada biodiversidad en el sistema financiero es necesaria, reconociendo que la existencia de pequeños operadores especializados en determinados sectores o áreas puede representar un instrumento muy útil para la generación de bien común. Afirmación que viene respaldada por la propia historia de las finanzas éticas, que ha demostrando desde hace ya muchos años que la calidad de sus carteras de crédito es excelente, con índices de morosidad sensiblemente inferiores a la media del mercado. Una capacidad de gestión del riesgo, dicho sea de paso, mucho más eficiente que la de los grandes operadores globales, cuyo desmedido apetito por el riesgo crece a medida que lo hacen su tamaño e implantación global, y que cada cierto tiempo acaba transferido a clientes, pequeños inversores o al conjunto de la ciudadanía, como pudimos constatar en nuestro país tras la crisis financiera de 2008.

La segunda réplica tiene que ver con el contexto en el que las finanzas éticas se desarrollan, que no es otro que el propio del sistema económico actual, con diversos elementos (marcos regulatorios, instituciones, sistemas de incentivos, políticas…) que favorecen el crecimiento de los grandes operadores. No existe prácticamente en ningún país del mundo un contexto favorecedor del desarrollo y consolidación de las finanzas éticas, pero esto no tiene tanto que ver con elementos endógenos a estos proyectos, sino con un contexto ciego a sus especificidades y a su valor social.

Hablando de elementos externos, resulta inevitable plantear una reflexión que nos interpela a todos. Cada vez se hacen más evidentes las consecuencias globales de nuestras decisiones económicas. Al menos para quienes no quieren ejercer una ciudadanía deliberadamente ciega a los efectos que tienen en el bien común las decisiones de consumo que tomamos cada día. Gracias al trabajo de muchas organizaciones de la sociedad civil, hoy es posible descubrir la relación entre nuestras decisiones de consumo y cuestiones tan relevantes como el cambio climático, el bienestar de muchas comunidades en todo el planeta, los procesos migratorios o las condiciones laborales. Como tampoco lo es entender el papel protagonista de las entidades financieras y su efecto multiplicador de las decisiones individuales que adoptamos con nuestro dinero, que acríticamente entregamos sin tratar siquiera de conocer las consecuencias de estas decisiones.

A día de hoy, es imposible desligar las decisiones económicas de un ejercicio responsable de ciudadanía, siendo necesario pensar nuestras decisiones de consumo bajo esa perspectiva. Y entre esas decisiones, quizás una de las más importantes sea con qué entidad financiera trabajamos. Siguiendo el análisis sobre la necesidad de un contexto favorecedor que impulse las finanzas éticas, lo podemos plantear con otras palabras: nuestras opciones respecto a los bancos también constituyen un elemento de contexto importantísimo para incentivar en mayor o menor medida que haya entidades financieras que estén orientadas exclusivamente al bien común. Entidades que se definen sobre la base de un imperativo ético irrenunciable que condiciona radicalmente desde sus políticas de crédito hasta su estructura salarial. Entidades que, en definitiva, se hacen responsables de una condición ciudadana que configura su relación con la sociedad, su modelo de gobernanza o su especial atención a los impactos que generan.

Eso es la banca ética. ¿Es una alternativa viable? Sin duda. ¿Irá desarrollándose hasta transformar el sistema financiero? Eso ya dependerá de diversos factores como la vocación política por apoyarla y, por supuesto, la decisión responsable de muchísimas personas y organizaciones.

Quizás sea ese necesario compromiso de todos, el principal elemento utópico de las finanzas éticas, lo que significa que, quizás entre todos, podamos convertirlas en utopías viables.

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