La piedra de la paciencia (Syngué sabou), de Atiq Rahimi cuenta la historia de una mujer afgana cuyo marido se queda en coma en plena guerra tras haber sido herido en una reyerta y tiene que cuidar de él. Este desasosegante largometraje habla de la guerra, del dolor, de la rabia, de la ternura. De las mujeres y de los hombres. De la infancia. De las violencias, del machismo. De los cuerpos, de las miradas, de las palabras, de los silencios… De los secretos y de las confesiones. De Dios (que todo lo ve, que juzga, que perdona) y del libro sagrado (talismán, tesoro y también atadura).
En esta película lo importante no es Afganistán ni su guerra precisa, como tampoco lo son esos personajes concretos. Lo apasionante de este filme, en el que a ratos la luz y la ternura logran dar hachazos al sufrimiento, son el rostro, los gestos y la conversación/monólogo de una mujer que pudiera ser muchas. Son los ojos, la respiración y el cuerpo de un hombre que pudiera ser tantos. Es el varón inmóvil, yacente, paciente, cautivo, escuchando (obligado a escuchar). Es la mujer de pie, sentada, agotada, moviéndose, lamentándose, organizando, hablando… que poco a poco se desenreda, se yergue, se empodera, se engrandece.
Es la relación entre dos seres construida desde la dominación, el quebranto y el tormento. Es la historia de unas verdades que aparecen de poco a poco, lacerantes descargas que retumban con una suave ferocidad en los muros de una habitación que se agrieta, en unos oídos moribundos que desearían ser sordos, al tiempo que los estruendosos rugidos de los kalashnikov resuenan en las calles.
Es el cansancio, el sufrimiento, la liberación. Es la vida, la muerte… Es un combate.
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