Ya está aquí, de verdad, la primavera. Las bermudas y los vestidos ligeros salen del armario. La gente modesta apaga con alegría la calefacción; los parados reciben la caricia del sol en el rostro mientras hacen cola en el Inem; los sin techo cantan bajo puentes que no sufrirán más inundaciones.
Casillas para goles cantados en la play y nuestros políticos siguen insultando en los micrófonos a sus rivales, con los que luego se van a tomar una copa en la cafetería del Congreso de los Diputados. En un par de días, nos pondremos a régimen todos –salvo los parados y los que se mueren de hambre- con la promesa de perder al menos cinco kilos antes del verano. Porque es necesario que la vida tenga un sentido.
Y nadie hablará más de la rata de Fukushima. ¿Qué rata? Un animal al que el mes pasado robaron las portadas de los telediarios que se había ganado a pulso. El 18 de marzo pasado, cuando el mundo mundial estaba pendiente de Francisco, los dispositivos de enfriamiento de la famosa central nuclear japonesa se quedaron de golpe sin electricidad. Una avería que duró… ¡30 horas! Cuatro días después, la compañía Tepco, que ¿gestiona? la central informó que el parón se debía a una rata que había penetrado en las instalaciones provocando un cortocircuito.
De lo que se puede deducir que, además de tsunamis, atentados, errores humanos, etc., hay que incluir a los roedores en la lista de causas posibles de catástrofe nuclear. Entre otras, porque desde entonces ha habido otras cuatro averías más por diferentes motivos. ¿Qué han dicho nuestros queridos dirigentes para seguir retrasando el cierre de las centrales?
Nada. Han hecho lo de siempre: colocar palabras en las pantallas de televisión, en las ondas radiofónicas y en las páginas de los periódicos. Palabras que hablan de dietas alimentarias, modas estivales, invectivas cruzadas en el Congreso antes del aperitivo. Cánticos para animar a Casillas, silbar a Mourinho o soñar con la décima. Ruido, en definitiva, para alejarnos de la realidad del mundo. Ruido para evitar el furor. Y no. Va siendo hora de taparnos los ojos y los oídos para ver y escuchar de verdad.
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La ratita japonesa
Las paradojas dan sentido a la vida… ¿Qué es, al fin y al cabo, la vida sino una enorme paradoja?
Muy buen artículo y una reflexión que merece la pena
Saludos