Unidad versus unicidad

pag9_teologia1_web.jpgLa semana del 18 al 25 de enero las Iglesias cristianas celebraron el octavario de plegaria por la unidad de todas y todos los que las forman. Fundamentalmente estaríamos hablando de la Iglesia ortodoxa -separada de Roma de manera definitiva en 1054- y de las Iglesias protestantes, cuyo inicio tuvo lugar a partir de la Reforma de Lutero hacia 1520.

Vale decir que dicha unidad es mirada siempre por la Iglesia católica como una vuelta al “redil”, es decir, hacia ella, por parte de las otras Iglesias. Pues se considera depositaria única de la misión de Jesús a Pedro: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt. 16,18).

Por otra parte, todas las Iglesias cristianas consideran como una profunda traición la división entre ellas mismas, porque significa en cierta manera renegar de la petición que hace Jesús al Padre en su testamento final respecto a sus discípulos y a todas las personas que les seguirían a ellos a través de los siglos: “Padre, que todos sean uno” (Ju 17,21).

A veces me cuesta entender y aceptar que Jesús quisiera fundar un nuevo movimiento, si tenemos en cuenta la relación tan tensa que mantuvo en numerosas ocasiones, no tanto con el templo en sí, sino con los dirigentes del mismo. No tengo la menor duda, sin embargo, de que lo que sí pretendió en todo momento fue inculcar a sus discípulos que ellos y todas las personas que se unieran a su proyecto formaran una comunidad de hermanos, donde no existiera ningún tipo de diferencia; tal como podemos encontrar, entre otros, en el capítulo 9 del evangelio de Marcos; “Quien quiera ser el más importante, que se convierta en servidor”.

Dejando hipótesis aparte, pienso personalmente que el verdadero ecumenismo tiene que tener hoy día otros objetivos. En medio de un mundo destrozado y dolorido por tanta injusticia, en donde –además- existen numerosas religiones, creo que se hace cada vez más urgente buscar un horizonte común, donde el objetivo único y supremo sea conseguir que todos los hombres y mujeres vivan de verdad como hijos e hijas de Dios; es decir, disfrutando de todo lo necesario para vivir dignamente.
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Me preocupa que estemos gastando demasiadas fuerzas en conseguir un ecumenismo de Iglesias donde lo que está en juego es toda una serie de cuestiones jurídicas, como el primado de Roma entre otras, dejando al margen, sin embargo, aspectos clave como la igualdad de todas las personas que forman dichas Iglesias. No creo que sea el verdadero ecumenismo querido por Jesús aquel en el que la mujer siga ocupando lugares de segunda en la Iglesia y donde los ministros continúen formando una casta aparte. Ni tampoco un ecumenismo en el que las decisiones últimas sean tomadas únicamente por unos pocos, los que forman la jerarquía.

Dios es amor”, nos recuerda san Juan en su primera carta (1Ju 4,8). Es ésta la única dirección hacia la cual vale la pena que nos esforcemos por caminar todos los hombres y mujeres y, de manera especial, todas las religiones: hacia el descubrimiento y la vivencia de un Dios que ama inmensamente a todas las personas, sin poner ningún tipo de condición. Un Dios que no es posesión ni privilegio exclusivo de nadie. Ese Dios que “No hace distinciones, sino que acoge a toda persona que cree en Él y practica la justicia, sea cual fuere su raza” (Act 10,34) tal y como como dijo el apóstol Pedro. El mismo Dios que “Hace brillar el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,45), en contra de lo que pensaban los fariseos que consideraban que era propio y exclusivo de ellos.

Me atrevo a decir incluso que el mismo Jesús ya apuntó la dirección hacia la cual debía caminar el verdadero ecumenismo. Solo hace falta que leamos el capítulo 25 del evangelista Mateo, concretamente los versículos 31 al 46: “Tuve hambre, estuve en la cárcel, era emigrante, perseguido, etc.” y tú y el otro y el de más allá me echasteis una mano o, sencillamente, me volvisteis la espalda”. Solamente es el amor hacia la persona necesitada el único código de barras que marca la autenticidad del comportamiento evangélico.

Un ecumenismo que aún será más auténtico en la medida en que nos esforcemos por respetar y cuidar también con amor el cosmos y el universo.

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