Faltan sacerdotes. No resulta difícil oír por doquier esta frase o expresión, especialmente en medios de ambientes eclesiásticos. Sale de boca de sacerdotes, también de personas laicas e, incluso, de personas que no tienen nada que ver con el mundo eclesial. No hace falta ahondar mucho para darnos cuenta de que esta manera de pensar tiene su fundamento en una mera perspectiva hecha hoy teniendo en cuenta tiempos no tan lejanos como medio siglo, echándolo largo.
Si nos atenemos a los números y a las estadísticas así, sin más, la frase es cierta a todas luces, pues está claro que son muchos menos los sacerdotes existentes hoy en la Iglesia.
No pretendo, ni mucho menos, explicar las razones de por qué se ha llegado hasta aquí. Mi intención es otra muy distinta; voy a intentar, sencillamente, responder el interrogante planteado al principio decantándome por la respuesta negativa, es decir, que bajo mi punto de vista no faltan sacerdotes. Lo cual exige, evidentemente, una explicación, ya que dicho así parece una paradoja a todas luces.
En primer lugar, es evidente que, si hablamos de lugares o de puestos, el caso más claro serían las parroquias y también ciertos lugares de culto, en donde antaño había un sacerdote por cada una de las mismas y en la actualidad, en muchos casos más, de la mitad carecen del mismo. En ese caso debemos llegar a la conclusión de que la falta de sacerdotes es una evidencia a todas luces. Es una cuestión de repartición puramente matemática, en el sentido de que ahora una sola persona ha de hacerse cargo de una, dos, tres, etc., parroquias.
Ante semejante constatación aparentemente incuestionable, pues estaríamos ante matemáticas puras y duras, yo me atrevería a decir que, posiblemente, tendríamos que pensar si en tiempos pasados no estábamos en el polo opuesto, es decir ante una inflación. Para empezar, habría que decir que hemos pasado, estamos pasando, de un cristianismo sociológico a un cristianismo real, lo cual quiere decir que hemos disminuido profundamente en número de creyentes o, por lo menos en este caso, de practicantes religiosamente hablando. Visto desde semejante planteamiento, por tanto, habría que decir que teníamos sobredimensionada la estructuración parroquial. Otra cuestión sería la del mundo rural, con zonas despobladas o semidespobladas, pero no considero que sea éste el momento de afrontarlo, porque nos llevaría a meternos en otros berenjenales que no vienen ahora a cuento. Por tanto, si hiciéramos una simple división, nos daríamos cuenta de que nuestra afirmación en el sentido de que faltan sacerdotes se nos caería por tierra. Ya sé que esto es una falacia que no podemos hacer porque en el tema entran otras muchas variantes; pero, si nos atenemos simplemente a los números, es así de simple.
En segundo lugar, en el supuesto de que llegásemos a la conclusión de que faltan sacerdotes, tendríamos que decir que falta un tipo de los mismos; es decir, faltan sacerdotes celibatarios. Que yo sepa (me limito en estos momentos sencillamente a España) existen muchos ordenados a los cuales se les ha prohibido ejercer el ministerio porque han pedido la dispensa del celibato, pero que, sin embargo, estarían dispuestos a volver a ejercerlo, si se les levantase el veto de vivir de manera no célibe (o no solteros, que yo matizo en muchos ocasiones).
Eso por un lado, porque no quiero ir más lejos en el sentido de meterme en el planteamiento del sacerdocio femenino, al que otras confesiones cristianas años ha que dieron una respuesta afirmativa, como pienso que no podía ser menos. Debo confesar que me resulta doloroso, cuando no triste, oír a algunas mujeres que sienten vocación, pero que tuvieron la mala suerte de nacer mujeres, perdóneseme la expresión. Mientras tanto, la Iglesia continúa tapando agujeros como puede: cargando de parroquias, poniendo al frente de otras a diáconos permanentes o delegando -eso sí- tanto en hombres como en mujeres, el funcionamiento de las mismas. Que ya me parece bien y que, además, pienso que debe ser así. Pero, mientras tanto, aquellas comunidades se quedan sin la celebración de la eucaristía, algo que sí recomendó Jesús a los suyos: “Haced esto en conmoración mía”, tal y como dice San Pablo, por ejemplo, en 1Cor 11,24.
Mójate un poco, querido lector o lectora de alandar y da tú la respuesta: ¿faltan realmente sacerdotes?
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