En todos los países aumenta el número de personas que busca vivir un camino espiritual, aun sin pertenecer directamente a una religión institucionalizada. Recientemente, en Brasil, en un programa de televisión, el presentador preguntó un joven si él tenía una religión. Éste respondió: “Yo soy un cristiano genérico. Igual que usted encuentra en una farmacia un medicamento genérico que no pertenece a ninguna industria privada, yo soy cristiano así, sin lazos institucionales con ninguna Iglesia”.
Esa afirmación mereció una reprobación de un obispo que declaró: “No existe cristiano genérico porque no se puede vivir la fe aislado”. El joven le respondió: “¿Quién le dice que yo vivo la fe aislado?”. De hecho, él tiene su grupo de base, con el que convive, discute la vida y se integra en la sociedad.
En este momento, en el que el capitalismo mundial ahonda en una crisis estructural y la sociedad internacional vive una época de fuertes cambios, de los países más pobres viene una propuesta, fuente de sabiduría y espiritualidad laica para toda humanidad. Desde que en 1994, en el sur de México, los indios de Chiapas proclamaron la insurrección zapatista, en toda América Latina hubo un fuerte resurgimiento de movimientos y organizaciones indígenas. En Ecuador y Bolívia, los sectores populares indios, campesinos y de la periferia urbana han organizado un nuevo camino social y político que asume la herencia de Simón Bolívar, el liberador de la gran América en el siglo XIX y, al mismo tiempo, actualiza este sueño de ciudadanía y libertad para todos como un esbozo de socialismo nuevo para el siglo XXI.
Con todas las dificultades, los pueblos de Bolivia, Ecuador y Venezuela han logrado elegir gobernantes más sensibles a la justicia social y más capaces de dialogar con los movimientos populares. Han aprobado nuevas constituciones nacionales que aseguran los derechos de los empobrecidos y proponen caminos de descolonización.
Las nuevas constituciones de Ecuador y Bolivia han reconocido como objetivos del Estado lo que los índios aymara llaman suma Kamana, los quéchuas del Ecuador suma Kwasay y los Guaranis, teko porã. En nuestras lenguas se puede decir: la vida en abundancia o plenitud de vida. Esta plenitud de vida tiene dimensiones sociales, económicas y culturo-espirituales, pues implica una opción de buena relación de la persona con los otros, con la naturaleza y consigo misma. Para las comunidades indígenas y afro-descendientes, el buen vivir es convivir solidariamente y en la reciprocidad de relaciones y en la gratuidad.
En la primera semana de febrero, tuvo lugar en Dakar (Senegal) una sesión más del Foro Social Mundial por un “otro mundo posible”. En síntesis, se podría esperar que fueran las religiones las que propusieran eso. Son ellas las que creen en el reino de Dios o en el Nirvana o como llamen a esta utopía de la vida. Sin embargo, son los movimientos sociales y las organizaciones de la sociedad civil quienes están haciendo este acto de fe: otro mundo es posible. Y una de las canciones más cantadas por los participantes del foro dice: “otro mundo es posible, acá y ahora, si nosotros lo queremos”. Vivir eso y consagrar a eso la vida es un camino de espiritualidad laica social y solidaria que une personas religiosas y creyentes en la vida en plenitud. Jesús de Nazareth fue uno de ellos y proclamó: “Yo vine para que todos tengan vida y vida en abundancia”, o sea suma kamana o suma kawsay” (Jn. 10, 10).
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