Rodeados por una nube de testigos

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pag10_evangelio_web-35.jpgToda la región andaba conmocionada. La noticia corrió rápida, sacudiendo todos las rutinas. No había aldea o poblado que no supiera lo que estaba sucediendo. A estas alturas pocos debían ser los que no estuvieran al tanto: se oía decir que había surgido un nuevo profeta que andaba proclamando el Reino de Dios y su anuncio se amplificaba con cada gesto que realizaba. Lo último que se supo fue la curación de un sordomudo.

Quienes lo cuentan dicen que aquel hombre estaba como ausente, como si hiciera tiempo que hubiera sucumbido dentro de un mundo de silencio y aislamiento en el que andaba encerrado. Cuentan que les dio la impresión de ser una de esas personas que han caído en la resignación y el abatimiento, personas para quienes no hay ni salida ni futuro. Y cuentan que fueron otros los que tomaron la iniciativa por él y le llevaron a Jesús. Era como imán que atraía todas las esperanzas.

Y, aunque aquel hombre sordomudo había sucumbido, quienes le llevaron a Jesús no estaban dispuestos a ceder. Esta parece ser la última pelea que les queda a quienes no les queda nada: no ceder como cede una tapia ruinosa que ya no soporta más el peso que aplasta. Es la pelea que dignifica y que nadie te puede robar. Es la determinación por seguir sosteniendo, alentando cuando todo te dice que lo razonable sería dejarlo estar, claudicar. Es la decisión de plantarse ante todo lo que corroe, como ejército de polillas, los anhelos que sostienen.

Son innumerables aquellos que están bregando esta pelea y en ellos se nos muestra esa pasión por la vida que les lleva a defenderla con uñas y dientes. Cuando otros lo den todo por perdido, ellos seguirán en la brecha. Cuando otros se queden sin razones ni motivos, ellos seguirán en su empeño. ¿Obcecación, empecinamiento, tozudez? Quizá. No es que estén inmunizados al desaliento. Al contrario, están expuestos como nadie a las bofetadas de la vida pero hay algo en ellos que les hace seguir.

«La presencia de Dios acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia» (EG 71). Estamos rodeados por muchos de ellos. Son multitud. Y probablemente ni ellos mismos sabrán el alcance de sus muchos y cotidianos gestos. Es un modo de estar en la vida que el Evangelio pone en valor, que rescata de caer en el olvido y nos lo propone a los que creíamos que ya nos las sabíamos todas. Cuánto nos queda por aprender de «esta nube de testigos».

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