Decisiones urgentes

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Corren tiempos realmente complicados. La crisis económica atenaza nuestras vidas y los políticos y profetas de turno nos dicen que vamos a tener que cambiar nuestro estilo de vivir porque, nos dicen, “hemos consumido por encima de nuestras posibilidades”. Nos ha pasado lo del que quiso construir una torre y no midió bien los recursos de que disponía. O lo del rey que fue a plantear batalla a otro rey y no se daba cuenta de que su ejército no tenía nada que hacer frente al ejército del otro rey (evangelio del domingo 5 de septiembre).

Nos ha pasado que hemos querido construir una sociedad feliz sobre la base de consumir y tener más cosas. Y en la carrera por tener más nos hemos despistado de lo más importante. Se nos ha olvidado que los recursos son limitados. Y, fundamental, que la felicidad no consiste en tener más sino en compartir más. Así que vivimos en momentos de crisis y hay que dar respuestas rápidas y urgentes. No podemos dedicar mucho tiempo a reflexionar ni a discernir. La respuesta a la pregunta “¿Qué hemos de hacer?” la tenemos que dar ya. Con las palabras y con la vida.

Estamos a punto de perderlo todo, hasta lo poco que teníamos. Como el administrador injusto (evangelio del domingo 19 de septiembre), tendremos que ser creativos. Todo vale con tal de labrarnos un futuro, una salida de este laberinto en el que estamos perdidos. No vale dejar que pase el tiempo. Luego puede ser demasiado tarde. Lázaro (evangelio del domingo 26 de septiembre) se acordó pelín tarde y ya no sirvió para nada.

Hay que volver los ojos al Evangelio y recordar que la mayor alegría se produce en el cielo cuando se recupera a la oveja perdida o se encuentra la moneda extraviada (evangelio del domingo 12 de septiembre). La salida de la crisis no puede consistir en mayores dosis de egoísmo y de “cada uno que sobreviva como pueda” sino en lo contrario: en juntar, en reunir. Hay que cuidar, cultivar, desarrollar, alimentar los lazos sutiles que fomentan la comunidad humana, la fraternidad del Reino. Y no olvidar que el aceite que suaviza y facilita esas relaciones es la misericordia, el perdón, la acogida, la mano abierta y tendida, la generosidad, el compartir. Por ahí encontraremos la salida a la crisis. Por ahí construiremos una sociedad mejor –y una Iglesia mejor, naturalmente.

En la cruz debemos dejar crucificado nuestro egoísmo y la mitad de las cosas inútiles que tenemos. Luego hay que salir a la calle armados de misericordia, cariño y cosas por el estilo, buscar a Jesús y seguirle. Así cambiaremos el mundo.

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