¿Proyectos o procesos? 

  • por

Llegó septiembre, retomamos trabajos, activismos, un nuevo curso por delante. Es tiempo de seguir apostando por aquello en lo que creemos y buscar y cuidar estrategias, pedagogías, espacios comunitarios… donde convertir la utopía en inédito viable. Es tiempo de mancharnos las manos, la inteligencia y el corazón en ello y de hacerlo comunitariamente. 

Tras la distancia que da el descanso del verano, volvemos a lo cotidiano con un sentimiento ambiguo y contradictorio, mezcla de resistencia e ilusión. En nuestro lugar del mundo, septiembre es tiempo de proyectos y programaciones. Los calendarios empiezan a llenarse con reuniones para planificar el curso, identificar prioridades, fijar objetivos y acciones, hacer cronogramas, compartir responsabilidades…

De la práctica pedagógica y social hemos aprendido que los proyectos son una herramienta concreta, necesaria para responder a una realidad que queremos transformar y que nos reta desde sus posibilidades, sus necesidades y carencias, por eso han de ser concretos, precisos, evaluables y han de temporalizarse. Con ellos intentamos responder a la vida de forma coherente y eficaz. Sin embargo, la vida es mucho más que un proyecto, los transgrede constantemente porque no cabe nunca en una programación con casillas previamente establecidas. La vida es un permanente y sorprendente acontecimiento y no podemos ponerle diques a su asombro e intemperie. Lo que sí podemos es prepararnos para encararla comunitariamente y vivir como oportunidad lo que nos acontece por sobrecogedor que nos parezca. Por eso, sin menospreciar ni un ápice los proyectos, creo que es mucho más importante la atención y el cuidado de los procesos. A menudo lo más importante de los proyectos no es que cumplan los objetivos esperados, sino que desencadenen procesos personales o colectivos en los que la vida más vulnerada y el cuidado estén en el centro y cómo acompañarnos en ello.

Por ahí va mi propuesta para este inicio de curso: poner la atención en los compañeros y compañeras con quienes vamos aventurando la vida y toda nuestra intencionalidad en generar espacios de respiro y liberación donde conjugar un nosotras abierto y diverso. Espacios sin derecho de admisión, en los que más fuertes que las diferencias lo sean las articulaciones y junturas, porque reconocer las junturas en que somos da fuerzas para generar otras nuevas[1]. A estas alturas sabemos de sobra que no hay cambio ni transformación histórica que no pase por la relación y el cuidado de los vínculos. Desde el compartir juntas y juntos vulnerabilidades y precariedades estas pueden convertirse en potencia transformadora y desinstaladora del sistema e ir así, poco a poco, generando zonas liberadas. 

¿Qué es más importante la meta o el camino? preguntó una joven discípula a su maestra. La respuesta quebró toda polarización excluyente: lo más importante, lo extremadamente valioso es con quiénes se va haciendo el camino. 


[1] J. M. Esquirol, Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita, Barcelona, 2021, pág. 14

Autoría

  • Pepa Torres

    Teóloga y religiosa Apostólica del Sagrado Corazón de Jesús, vive en una comunidad intercongregacional en el madrileño barrio de Lavapiés. Allí apoya los movimientos sociales y la defensa de los derechos humanos, especialmente desde la Red Interlavapiés. Escribe en alandar la sección "Hay vida más allá de la crisis".

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *