Un sueño colectivo

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Las navidades del año 2012 fueron duras en muchas casas de España. El Gobierno de Mariano había decidido suprimir la paga extra a unos 2’7 millones de funcionarios. En un país que sufría el pico de una de las crisis económica y financiera más agresivas de la historia reciente, esta medida vino a agravar más la situación de familias acuciadas por hipotecas con tipos y condiciones desmesuradas, desempleo de alguno de sus miembros (ya se, ya sé que no tanto en el caso de los funcionarios, pero sí de familiares), pensiones congeladas y recortes en algunos gastos sociales que suponían tener que empezar a pagar lo que antes era un derecho (sufragado, por cierto, con los impuestos). Eso sí, a los cargos públicos electos y al resto de esa casta pseudopública, al no estar compuesta por funcionarios de carrera, no se les aplicó dicha supresión.

Viene esto a cuenta porque, en el pueblo donde yo vivo, unos concejales de los que sí tenían derecho a esta paga extra decidieron cobrarla (que para eso era un derecho) y automáticamente dotar con ella a un fondo para aportar alimentos a personas que no podían acceder a ellos a causa de la crisis. Despensa Colectiva fue como se llamó a esta iniciativa, que inició sus primeros repartos en marzo de 2013 sumando a estos primeros fondos los esfuerzos de otros cuantos vecinos y vecinas que aportaron dinero o, en caso de no tenerlo, trabajo, ilusiones, ideas y quebraderos de cabeza. Desde el principio se quiso hacer de ésta una organización donde usuarios receptores de bolsa de comida básica (cada 15 días) y donantes no se distinguieran; donde la autogestión fuera su seña de identidad; donde todas las personas que en ella participaban tuvieran claro que dependía de ellas y de nadie más la supervivencia de la misma; donde se hacían distinciones en los repartos pues se atendía a las situaciones particulares de cada familia; donde aparte de la pura atención y reparto se reflexionaba y luchaba por el Derecho a una Alimentación Digna (no pocos debates se tuvieron, por cierto, acerca de si su existencia suponía sacar las castañas del fuego a quienes debían velar por ese derecho básico y universal y si repartir alimentos con fondos privados era resolver una papeleta que correspondía a una Administración que, por otra parte, estaba recortada y se sentía impotente); donde a nadie se le controlaba sus ingresos y el único requisito para recibir la bolsa era estar empadronado, pues la responsabilidad individual y la honestidad de cada persona era un principio básico e irrenunciable.

No ha sido, en ningún momento, un proyecto fácil. A menudo nos hemos encontrado con el agua al cuello sin saber cómo íbamos a llegar al siguiente reparto aunque, al final, como en aquel pasaje evangélico en el que se habla de cómo las aves del cielo que no siembran ni cosechan terminaban siendo cuidadas por la mano de Dios, reparto había. Eso sí, no será por falta de siembra y trabajo: fiestas para recaudar fondos, familias haciendo dulces y bollos (sobre todo de esos pastelitos marroquíes tan ricos), acuerdos con el ayuntamiento para que en alguna de sus actividades (cine familiar) se propusiera como “entrada” solidaria un par de kilos de alimentos; campañas en el colegio, etcétera.

Un buen día el Banco de Alimentos (el “oficial”) decidió apoyarnos y algunas personas se alegraron pues parecía que se solucionaban los problemas cotidianos. Durante una temporada recibimos sus toneladas de galletas, de bizcochos, de zumos sobreazucarados, de alimentos sobrantes donados por supermercados y campañas kilodeayuda que no seguían una lógica nutricional. Cantidad frente a calidad. Todo muy bienintencionado pero sin conocer la realidad ni las necesidades de las familias a las que se repartía, bajo una idea de igual para todos y del encima de que te doy no te quejes. Hoy, 15 de junio de 2015, tenemos una asamblea para decidir qué hacemos con esta Despensa Colectiva: si mantener el espíritu que nos unió o ser un banco de alimentos más. La ideología y los valores no se comen -lo sé y soy muy consciente de ello- pero, aun así, me reafirmo y me quedo con lo primero y reniego de la (falsa) caridad de arriba hacia abajo.

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