
Me la encontré tres veces en los alrededores de casa.
La primera vez estaba dormida o, al menos, eso parecía. Tenía la cabeza inclinada, en la acera, cerca de la pared de uno de los edificios. En la silla de ruedas colgaban numerosas bolsas de plástico. Enseguida sentí que estaba ante una mujer sin hogar. Las señales eran claras: llevaba sus pertenencias encima. No me atreví a perturbar su sueño y pasé de largo.
La segunda vez estaba en una calle también cercana pero más amplia, nuevamente de cara a la pared, tenía un espejo en la mano y se estaba pintando los ojos, luego los labios… tenía bastante estilo haciéndolo y para nada era grotesca la pintura que se estaba dando. Nuevamente sentí cierto pudor de acercarme en un momento que yo intuí como íntimo y me marché.
La tercera vez estaba prácticamente en la puerta de mi casa, intentando acceder con su silla de ruedas a una tienda de comestibles con cierta dificultad para entrar. En esta ocasión vencí mi pudor y me acerqué, empujé la silla y la ayudé a entrar. Una vez dentro, le pregunté si necesitaba algo y si la podía ayudar. Si quería, podía comprarle algo de comida, le dije. Me miró y sonrió. También se había pintado los ojos y los labios. Me dio las gracias y añadió: “Hay quien lo necesita más que yo. Cobro 500 euros y con eso puedo vivir. Ayude a quien lo necesite más”. Me quedé sin palabras. Me dio una gran lección. Estaba claro que esta mujer no nadaba en la abundancia, sin embargo, fue capaz de pensar en otras personas con más dificultades que ella. Transmitía una dignidad que pocas veces he visto.
No sé más de esta mujer, no sé su nombre, no fui capaz de entablar más conversación, de preguntarle si tenía vivienda, donde dormía, por qué llevaba todas esas bolsas en su silla…; sin embargo, he pensado muchas veces en ella y en las personas que no teniendo nada o teniendo muy poco son capaces de compartir, de salir de sí mismas, de pensar en los demás y ver lo que ocurre a su alrededor.
¿Se llama empatía, sensibilidad, generosidad…?
Me ha hecho pensar en esas otras personas que, cuanto más tienen, más quieren. Sólo dos ejemplos:
“Las principales compañías eléctricas … consiguieron en 2022 un beneficio neto conjunto de un 31% más que el año anterior, un año marcado por la guerra en Ucrania que ha provocado distintas crisis como la energética y los precios de la electricidad han alcanzado cifras récord”, (Newtral) dificultando a muchos hogares el acceso a esta energía para poder vivir con un mínimo de comodidad y dignidad.
“Los seis principales bancos españoles… obtuvieron en 2022 un beneficio de un 27,86% en comparación con el que obtuvieron en el año anterior”, (Europapress)
No olvidemos: en estas grandes empresas trabajan personas de carne y hueso, reales. Y no precisamente pobres. Tienen recursos, normalmente más que la media de los mortales y, sin embargo, son incapaces de mirar a su alrededor, de descubrir la realidad de millones de seres humanos muy afectados por las distintas crisis que se van superponiendo, esas crisis que empobrecen cada vez más a una gran mayoría que sufre y paga el enriquecimiento de una minoría incapaz de pensar y empatizar con las personas de alrededor.
Indignante.
Qué gran lección me dio la mujer de la silla de ruedas cargada con todas sus bolsas…
La dignidad no se compra con dinero.
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