Conversiones colectivas

He dejado ya de seguir las novedades literarias, entre otras cosas porque suelen ser volúmenes de 600 páginas que ya de entrada desaniman a un viejo como yo.

En vista de eso he decidido rellenar en lo posible el déficit de obras imprescindibles que no he leído hasta ahora. Total, que estoy leyendo la vida de santa Teresa de Jesús y en ella me he encontrado una frase en que la santa dice lo siguiente: “Porque andan las cosas del servicio de Dios tan flacas que es menester hacerse espaldas unos a otros”. Quienes lamentan el declive de lo religioso pueden acaso consolarse con que eso no es sólo cosa de estos tiempos. Como no lo es que tengamos que hacernos espaldas los unos a los otros.

Con este motivo he recordado que un cura amigo me comentó una vez su convencimiento de que las conversiones han sido siempre colectivas. Y en efecto, en el siglo XIX en Francia aparecían como autores más o menos católicos Víctor Hugo, Chateaubriand con su cristianismo romántico y Barbey d’Aurevilly con su nostalgia del Anriguo Régimen. Y ¿por qué de repente, en el siglo XX aparecen Pèguy, Mauriac, Bernanos, Bloy, Claudel, Barrés, Du Bos, Julien Green, Pierre Emmanuel…?; ¿por qué en la postguerra española hubo ese movimiento vocacional que abarrotó los seminarios y noviciados?; ¿por qué de repente los hijos de la generación siguiente a la mía dejaron de asistir a misa y en cierto sentido también de creer?

Sin duda para estas conversiones colectivas pueden aducirse razones psicológicas, sociales, políticas pero no creo que las  expliquen totalmente. Hay un elemento de sorpresa, de novedad, que impide preverlas de antemano.

Hoy parece haber una conversión colectiva a “lo espiritual”. Ya hace veinte años se hacía notar que en EEUU se había vuelto “chic” utilizar las palabras con S: soul, sacred, spiritual, sin, sacramental [alma, sagrado, espiritual, pecado, sacramental]. De todas ellas parece haber sobrevivido la tercera.

Si esto es así, si las cosas llegan por sorpresa y sin que se espere su llegada, ¿qué debemos hacer? El Evangelio nos invita repetidas veces a a estar vigilantes, es decir, con los ojos abiertos, y el Vaticano II nos animó a eso tan difícil como es leer los sinos de los tiempos.  A la vez se nos propone esa parábola bonita y poco proclamada en que el reino de Dios es semejante a un hombre que echa semilla en la tierra y ya duerma el hombre o se levante, la semilla va creciendo por sí sola sin que él sepa cómo (Mc 4,26).

Vigías y sembradores, eso debemos ser. Todo lo cual remite a una nueva serie de plabras con S: sed sueños, silencio, saborear, sentir, sensibilidad, seguridad, sorpresa.

Y como postdata: parece que hay en Francia un lento pero progresivo movimiento de conversiones al catolicismo de novelistas, periodistas, filósofos. No pasa lo mismo entre nosotros pero ya se sabe que España ha sido y sigue siendo diferente.

Carlos F. Barberá
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