Lo primero que abandonan los jóvenes que han recibido una catequesis en la Iglesia es la Misa dominical. Será el primer paso para el abandono de la religión por la sencilla razón de que no hay religión sin culto. Desde siempre las personas religiosas han querido manifestar su adhesión a lo que consideraban sagrado y lo han hecho con gestos, signos, acciones, plegarias. Sin ellos, la religión es solamente una entelequia.
No quiero en estas líneas dar una clase de fenomenología religiosa. Mi propósito es mucho más modesto: consiste en contestar a una pregunta cuya respuesta parece obvia y sin embargo no lo es. ¿Para quién es el culto? La respuesta clásica en el cristianismo es que es para Dios y, rizando el rizo como a veces hace la Teología, se hablará de latría, hiperdulía o dulía, según se dirija a Dios, la Virgen o los santos.
Yo estoy convencido de que, si bien el culto tiene a Dios como destinatario, en realidad es para nosotros, es nuestra forma de expresar y de celebrar nuestra adhesión a Él. Esta tesis no ha sido nunca la oficial. Se ha creído y se sigue creyendo que el culto es para Dios. ¿Y en qué se traduce esta convicción? Pues en que cuanto más solemne, más historiado, más repolludo, mejor. Dios se lo merece todo.
Jesús celebró al final de su vida una cena con los discípulos, les dejó un mensaje de despedida y les encargó: haced esto en mi memoria. Era inevitable, que esta sencilla ceremonia se ritualizara pero no lo era que se cargase y recargase de elementos totalmente prescindibles. Pero como era en honor de Dios….
Pongamos un ejemplo: el pregón pascual del Sábado Santo es un pregón. Por tanto se dirige a nosotros. Ha de ser proclamado de un modo vibrante e inteligible. Este año -cerradas las iglesias- asistí por televisión a la ceremonia desde el Vaticano. El pregón era cantado y en latín, como mandan las reglas. Nada parecido a lo que debe ser un pregón. Pero como era para Dios…
Jesús celebró al final de su vida una cena con los discípulos, les dejó un mensaje de despedida y les encargó: haced esto en mi memoria. Era inevitable, que esta sencilla ceremonia se ritualizara pero no lo era que se cargase y recargase
Cada vez me resulta más ridículo escuchar cantados los diálogos en la misa: ¡El Señor esté con vosoootros! ¿quién en la calle, en la vida civil, se saluda cantando? Pero como en la Eucaristía es para Dios…
El incienso es un signo universal. Hay gente que lo quema en su casa para disfrutar de su buen olor y acaso de su sentido simbólico. Pero ¿qué sentido tiene incensar el altar y al celebrante y al público? Para mí, ninguno pero como la ceremonia es para Dios…
¿Y las vestiduras? Recuerdo una misa que vi por televisión oficiada por un obispo al que no conozco. Un diácono leía los reproches de Jesús a los fariseos: se ensanchan las filacterias, les encantan las largas vestiduras. Era un retrato del diácono con unas bocamangas bordadas en oro. Yo me sentía muy incómodo, pero no sin duda el diácono. Es que todo era para Dios…
¿Y qué decir de las mitras, que algún gracioso dijo que eran los apagavelas de la ciencia? Para la celebración el obispo ha de ponerse lo más elegante que puede, porque naturalmente es un homenaje a Dios…
Pero resulta que san Pablo nos dice que el culto razonable es ofrecer a Dios nuestros cuerpos, nuestra vida. Este ofrecimiento lo hacemos por medio de signos que son para nosotros, a nuestra medida. Y por esa razón cuanto más inteligibles, más sencillos, más humanos, más cercanos, mucho mejor. Nuestro Dios no es dios que quiera holocaustos ni sacrificios ni excesos rituales. Lo que quiere es misericordia. El culto nos ayuda a ofrecérsela a Dios. Pero es nuestro culto, a nuestra medida y en nuestro beneficio.
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La religión por concepto es la forma de volvernos a unir a Dios y por tanto debería concentrarse en ese propósito mediante ritos que de verdad nos unan a Dios y no nos distraigan con ceremonias exóticas cansinas por repetitivas y en las que la gente sigue a medias los cánticos que sirven para lucimiento de los artistas y los sermones no siempre bien preparados hasta molestan y muchos salen o se distraen conversando. La distancia entre los feligreses es notable no hay empatía entre ellos y eso es fruto de la iglesia, los evangélicos son y se manifiestan más unidos y afectuosos fruto de su praxis religiosa. Los orientales demuestran gran respeto por los demás. DEBEMOS CAMBIAR!!
Un culto de silencio previa lectura del evangelio y de algún tema de San Juan de la Cruz, podría ser parte del cambio. Cambiar religión por mística es el camino