“Maestro, qué bien estamos aquí. Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Así le hablaba Pedro a Jesús en el monte Tabor, en la conocida como Transfiguración del Señor. ¡Qué bien se está aquí! Me sirvo de esto para compartir con los lectores de alandar algo que me viene rondando hace tiempo la cabeza y que en este septiembre puede servirnos para guiar nuestras actuaciones de principios de curso. Uno, que ha dormido mucho en tienda de campaña, sabe que, a pesar de que los huesos ya le empiezan a molestar, es una de las mejores experiencias que puede haber.
No dejamos que ideas frescas, nuevas, diferentes entren en nuestros reductos
De un tiempo a esta parte voy observando en múltiples movimientos sociales, organizaciones, grupos de reflexión etc. una tendencia común que se manifiesta de dos maneras distintas. Me refiero al huir, por un lado, de las confrontaciones y, por el otro, a deleitarnos y regalarnos los oídos con aquello que queremos oír. Empiezo por esto último. Los debates, foros, mesas redondas etc. se suelen configurar últimamente con ponentes que coinciden con nuestras ideas y formas de pensar. Oímos la emisora de radio, leemos el periódico que más se acerca a nuestras ideas. ¡Qué bien se está aquí! ¡Construyamos tres tiendas para pasar la eternidad! No dejamos que ideas frescas, nuevas, diferentes entren en nuestros reductos. El temperamento español suele tender a confundir la confrontación de las ideas con la pugna llevada a lo personal. A menudo nos sorprende que diputados y diputadas del Parlamento, que en la tribuna de oradores se han zurrado de lo lindo, compartan café y conversaciones intrascendentes en la cafetería del Congreso. No, eso no podemos admitirlo. No entendemos que alguien pueda pensar diferente y, sin embargo, mantener una relación cordial en lo personal. O conmigo o contra mí. Yo, que suelo ser la mitad de mi tiempo ponente y la otra mitad oyente, anhelo estar en una mesa con personas que defiendan posturas contrarias y diversas. Eso me obliga a preparar mucho mejor lo que digo, pues hay que estar preparado para contrarrestar y defender lo que uno opina y abierto a que del enfrentamiento dialéctico nazcan nuevas ideas y puntos de vista que, sin cambiar lo esencial, ayuden a comprender mejor lo que la otra persona argumenta. Y cuando voy a foros como asistente quiero oír cosas nuevas, ideas distintas. Así creceré y aprenderé. Ir a escuchar lo de siempre me aporta poco, me aburre y siento que pierdo el tiempo. Así que, desde aquí, pido a los organizadores de este tipo de eventos que abran ojos, oídos y corazón y no nos construyan tres cómodas tiendas ni a asistentes ni a ponentes, sino que nos provoquen incomodidad y dolor de huesos, que es lo que nos hará crecer.
Hay que estar preparado para defender lo que uno opina y abierto a que del enfrentamiento dialéctico nazcan nuevas ideas
La segunda manifestación es la huida del debate ideológico por mor de la acción y el activismo. En numerosas ocasiones he estado en reuniones de organizaciones sociales, solidarias, políticas… en las que se evitaba la discusión sobre las ideas porque lo importante era hacer. Soy de una época en la que las reuniones se alargaban. Seríamos muy poco efectivos, pero del debate, de la exposición, del hablar las cosas hasta el consenso nacieron proyectos muy chulos, compartidos en sus más íntimos fines y motivaciones. También nacieron grandes amistades. Y ahora me aburren cada vez más las organizaciones en las que estoy y en las que se evita el hablar y escuchar. El debate que enriquece se rehúye y, con ello, el sentimiento de pertenencia.
Comienza septiembre. Llega el otoño lluvioso y ventolero que demanda refugio, que demanda tiendas. Construyamos tres tiendas si hace falta, pero una vez que nos hayamos puesto de acuerdo en los porqués y los paraqués, hayamos escuchado a los otros y hayamos consensuado finalidades e ideas y no solamente porque ¡qué bien se está aquí!