El pasado mes de marzo tuvo lugar en Segovia el IV Encuentro de Mujeres que transforman el mundo. El marco en el que realizaron los encuentros era una antigua prisión: “En la posguerra fue una cárcel de mujeres represaliadas políticas. Hemos querido transformar este espacio -que en el pasado ha estado ligado a la represión y a la falta de libertad- y convertirlo en un espacio para la cultura y la ciudadanía. Decidimos que lo mejor era un encuentro con mujeres que dedican su vida a luchar por la igualdad, en definitiva, por los derechos humanos. Queríamos poner voz al horror que muchas veces existe en muchas partes del mundo en el siglo XXI; hacerlo con la voz de las que son testigos cada día y se atreven a combatirlo. Veía que era una forma simbólica de que las luchadoras de hoy tomaran el relevo de las luchadoras de entonces, las mujeres que defendieron las libertades democráticas de la II República, que es el régimen antecedente de nuestra democracia actual y que acabaron en la cárcel por defenderla”. Nos contó entonces la concejala de Cultura, Clara Luquero, que semanas después ha sido nombrada alcaldesa de Segovia.
En el encuentro participó un plantel de mujeres, grandes mujeres, con un denominador común -la lucha por los derechos de las mujeres en sus lugares de origen- y también con un itinerario muy parecido: todas han sufrido amenazas de muerte, han estado en la cárcel o han tenido que exiliarse para poder seguir hablando.
Una de ellas es Malalai Joya, que fue entrevistada por Pilar Requena, periodista de TVE. La conversación se va desarrollando con fluidez, en un tono suave y casi a media voz. Sin embargo lo que va comunicando Malalai va cargado de fuerza y rebeldía. Rebeldía contra un país al que considera títere de los poderes occidentales y, especialmente, de Estados Unidos. “Deseamos una invasión de las escuelas y de ayuda, pero no militar”. Rebeldía ante “la pasividad de Naciones Unidas, que actúa como un paraguas”, que, de alguna manera, ampara el terror de los señores de la droga y de la guerra. Rebeldía ante el valor que se le da a la mujer en su país. “En Afganistán es más fácil matar a una mujer que matar a un pájaro”. Desde esta rebeldía se quitó el burka y se presentó a candidata al parlamento, donde sufrió amenazas de violación por ejercer su libertad de expresión. Ganó y se enfrentó a cara descubierta a los fundamentalistas de su país. Desde entonces, ha sufrido varios atentados en los que ha estado a punto de perder la vida y que le han obligado a vivir en la clandestinidad, desde donde defiende los derechos de las mujeres. “Desde 2003, cuando desenmascaré a los señores de la guerra, no me han dejado tranquila”.
Malalai apuesta por la educación, una educación que ella recibió de su padre, desparecido en las montañas luchando contra la invasión de la Unión Soviética. Su madre y sus hermanos huyeron a los campos de refugiados de Irán y Pakistán y allí Malalai leyó y estudió todo lo que pudo. A los 16 años la Organización para la Promoción de las Capacidades de Mujeres afganas la invitó a regresar a Afganistán y establecer una escuela clandestina para niñas. Así lo hizo.
El siguiente diálogo fue a tres voces: Mara Torres, periodista primero en la Cadena SER y, más tarde, en TVE; Jenni Williams y Magodonga Mahlangu , nos acercaron a la realidad de Zimbabwe, un país cuyo presidente, Mugabe, dicta leyes en su favor y en contra de la mayoría de su pueblo: “La forma de gobernar de Mugabe es la violencia y ha manipulado y jugado con el hambre de su pueblo”. Estas dos mujeres, que tenían una vida apacible y, podríamos decir, acomodada, han estado encarceladas en más de treinta ocasiones.
Jenni Williams era consultora de relaciones públicas y representaba a los granjeros, cuyas tierras iban a ser apropiadas por el gobierno. En 1994 comenzó su lucha por la tierra. Desde entonces se convirtió en “una de las espinas más problemáticas del régimen de Mugabe”. En 2003 fundó Women of Zimbabwe Airse (WOZA) http://wozazimbabwe.org/, un movimiento de mujeres que tienen como objetivo la defensa de los derechos humanos. Su mensaje principal es “El poder del amor puede conquistar el amor al poder”. Ya son más de 70.000 personas, 3.000 de ellas han sido encarceladas y han sufrido palizas por el simple hecho de manifestarse pacíficamente y reclamar sus derechos.
Magodonga Mahlangu era directora de un club de atletismo, pero enseguida se unió a Wiliams y milita en WOZA desde sus comienzos. Ha coordinado más de cien manifestaciones públicas no violentas. Defiende “una democracia hecha desde abajo. No estamos haciendo una revolución, sino devolviendo el poder a la gente en sus mentes y en sus corazones para restablecer la dignidad humana”.
Y, una vez más, escuchamos la defensa y la necesidad de una escuela libre y gratuita para todas las personas. Sus familias hoy viven en el exilio.
Eufrosina Cruz está recién llegada de México y tiene que regresar al día siguiente para exponer su defensa en el Congreso de Oaxaca, sobre el artículo de la Constitución que dice que los indígenas son sujetos de interés turístico y ellos quieren ser personas de obligaciones y derechos. Esta vez es la periodista Maite Pascual, de TVE, la que dialoga con ella.
El estado de Oaxaca tiene 578 municipios, 418 de ellos se rigen por prácticas milenarias y en un centenar la palabra “mujer” no existe en las leyes comunitarias. Como consecuencia de ello, la mujer no puede votar o participar como candidata en las elecciones municipales.
Eufrosina se fue de su comunidad a los once años. Se fue porque quiso cambiar su destino, no quería llevar la vida que las mujeres de su pueblo llevaban: levantarse a las tres de la madrugada, ir al campo a buscar leña, moler maíz, preparar las tortillas, atender a los hijos e hijas y limpiar la casa. Fuera de su comunidad empezó a estudiar. “El maestro me enseñó a soñar y yo empecé a luchar por mi sueño”. Obtuvo una beca y pudo licenciarse en la universidad. Regresó a su comunidad y se presentó como alcaldesa. Ella no podía votar, pero encontró el apoyo en los hombres más jóvenes que sí la votaron y ganó, aunque sus papeletas acabaron en la basura. Desde entonces, su lucha no ha sido fácil pero no ha cejado. Ha sufrido dos atentados y numerosas amenazas. “Ver el rostro de las mujeres libres de mi pueblo merece toda la lucha y el sufrimiento de estos siete años”.
Con un fuerte convencimiento asegura que lo que “me arrebató de la pobreza fue la educación que yo arrebaté”. Ha creado el Movimiento Quiegolani por la Equidad de género, que no deja de extenderse por todo México. Hoy es la presidenta del estado de Oaxaca.
El testimonio de Manjula Pradeep –entrevistada por Rosa Maria Calaf periodista jubilada de TVE–, no fue muy alentador al presentar el panorama de las mujeres en la India. En 2011 se registraron más de 24.000 violaciones. Cada año se realizan cerca de dos millones de feticidios: el aborto se ha convertido en un negocio. “En la India a la mujer se la mata por lo que es y al hombre por lo que hace” dijo Rosa Maria Calaf.
Las diferencias empiezan ya en la escuela primaria. Los adolescentes no saben respetar a la mujer, a la que ven como un objeto. Un objeto que pasa de una mano a otra como si fuera mercancía: primero pertenece al padre, luego al marido y, si no se casa o se queda viuda, a los hermanos o cuñados, porque “cuando una mujer se casa pasa a pertenecer a la familia del marido”. “No hay leyes que defiendan a las esposas. El 70% ha sufrido violaciones y esto es sólo la punta del iceberg”.
Manjula pertenece a una familia dalit (intocables), una casta social predeterminada desde su nacimiento. Los dalit no tienen fácil acceso a la educación y a la sanidad y la mayor parte de ellos viven en una extrema pobreza. Manjula consiguió romper el círculo de la pobreza y estudió Derecho. Hoy es la directora de Navsarjan, una organización que lucha por erradicar el sistema de castas en la India. Desde esta organización ha defendido 35 casos de violencia sexual contra menores de edad y mujeres jóvenes.
El encuentro acabó con las intervenciones de Ada Colau y Sor Lucia Caram, pero esto será otro tema. El lugar del encuentro y las mujeres a las que habíamos escuchado despertaron en el público las ganas de seguir luchando por un mundo más igualitario donde ser mujer no suponga un plus de peligrosidad más ante la vida.